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Actualizado: 26 de junio de 2025
Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen. ¿Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote. -La vida de Ginés de Pasamonte -respondió el mismo. ¿Y está acabado? -preguntó don Quijote. ¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida?
Además, es ese un teclado en que no se ve más que el exterior: nunca se sabe quién le toca: detrás del retablo y de esas figuritas de pasta de Gaiferos y los moros, debajo del parche de maese Pedro está Ginesillo de Pasamonte que los mueve: ¡ay! no tome usted la defensa de la infeliz Melisendra, no desbarate las figuras, que si la mona se escapa al tejado, si rompe la ilusión, si destroza las muñecas, las pagará caras.
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: -Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca.
Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla, fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio; que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta.
Dice, pues, que bien se acordará, el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte, a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada.
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua.
¿Qué delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena que echalle a las galeras? -Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil. No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
-Ya le he dicho, señor comisario -respondió Pasamonte-, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda.
Al cabo de no sé cuántos días, viniendo con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en hábito de gitano aquel Ginés de Pasamonte, aquel embustero y grandísimo maleador que quitamos mi señor y yo de la cadena. -No está en eso el yerro -replicó Sansón-, sino en que, antes de haber parecido el jumento, dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmo rucio.
Palabra del Dia
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