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«Así como su obra trata de diversas medicinas i plantas i otras cosas pertenecientes á la salud humana, así tambien trata de otras que son inútiles i sin algun provecho para ella, siéndole forzoso tratallas por seguir el estilo de diálogos, los que hablan suelen divertirse i derramarse fuera de lo que toca á su principal propósito, no se dejando de hallar á cada paso muchos errores, que, aunque la buena fama i autoridad del autor nos persuadan no ser suyos, sino del descuido de los impresores que en aquella ciudad de Goa, donde él escribió, no se hallan tan limados como por estas partes, no dejan de causar molestia i dar enfado al que los lee.

Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla, fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio; que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta.

Todas estas compilaciones, en las cuales se observa la regla de que cada tomo ha de comprender 12 comedias, tienen un valor indudable como repertorio abundante de la literatura dramática española; pero no pensamos, como Bouterwek, que pueden aprovecharse por el historiador del gusto nacional español, para averiguar por este medio cuáles han sido en ciertas épocas los dramas más aplaudidos de España, porque todas esas colecciones, en lo general, se han hecho sin buen acierto ni criterio, y contienen lo mediano y lo malo confundido con lo excelente, probando que los impresores, sin atender ni al mérito ni á la fama de las comedias, imprimían cualesquiera que les venían á las manos.

Si contiene insultos graves, el procedimiento es terrible, como diré más adelante. Si no, el damnificado se contenta a su vez con echarle hoja a su adversario, para mayor contento de los impresores, que realizan buenos beneficios, y solaz de los vagos, que se pasan las horas muertas en las esquinas con la nariz al aire.

¡Bien está vuesa merced en la cuenta! -respondió don Quijote-. Bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, y las correspondencias que hay de unos a otros; yo le prometo que, cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un poco avieso y no nada picante.

Allí, en poco tiempo, desarrolló maravillosa actividad y aptitud, granjeándose, al fin, el favor y buena voluntad de los impresores y del regente, que al principio tenían como de la mayor gravedad y trascendencia política su iniciación en los secretos del arte de Guttemberg.

Conforme iba escribiendo arrojaba las cuartillas al suelo, sin leerlas y sin numerarlas. A las doce entraba su criado a traerle el almuerzo, recogía las cuartillas esparcidas y las llevaba a la imprenta. Los impresores temían a las cuartillas de Balzac. Era para ellos como una pesadilla. En pruebas, las rehacía totalmente.

Consulté inmediatamente con el aprendiz, los impresores y el regente, pero no saqué nada en claro; nadie había visto la carta, ni sabía cosa alguna del que la trajo. Pocos días después recibí la visita de Ah-Ri, el lavandero. ¿Usted querer diablo? Bueno; yo tomar él.