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Llegó el 1.° de Enero de 1781, siendo el primer corregidor que se restituyó á su provincia, despues de haberla desamparado, y sin pérdida de tiempo, hecho cargo que las demas estaban acéfalas, advirtió algunas providencias que le parecieron oportunas para la defensa y conservacion de sus súbditos, y de mismo.

añadió la anciana en voz baja ; ha pasado la noche en casa, y anoche, a esta hora, delante de todo el mundo, ese hombre, ese loco, nos ha contado cosas horribles. Catalina calló, y las comisuras de sus labios parecieron hundirse más.

19 Y Labán respondió: Mejor es que te la a ti, y no que la a otro hombre; estáte conmigo. 20 Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba. 21 Y dijo Jacob a Labán: Dame mi mujer, porque mi tiempo es cumplido para que entre a ella. 22 Entonces Labán juntó a todos los varones de aquel lugar, e hizo banquete.

Pero estas palabras resultaban irónicas, pues ninguno de los dos se había movido al llegar el Hombre-Montaña ni parecieron enterarse de su presencia. Gillespie no pudo ofenderse por este egoísmo, propio de enamorados.

Entonces fué cuando mis ideas cambiaron poco á poco y en el silencio de mi vida claustral me convertí en otro hombre. Todo lo que más había amado en el mundo, el placer, el lujo, las vanidades humanas, me parecieron miserias y vi claramente la perniciosa inutilidad de la existencia que había realizado.

Todo su vigor y su energía, toda su fuerza vital é intelectual, parecieron abandonarle de una vez, hasta el extremo de que realmente se consumió, se arrugó, y hasta desapareció de la vista de los mortales, como una hierba arrancada de raíz que se seca á los rayos ardientes del sol.

No bien hubiéron dado la sentencia, quando pareciéron el caballo y la perra, de suerte que se viéron los jueces en la dolorosa precision de anular su sentencia; condenaron empero á Zadig á una multa de quatrocientas onzas de oro, porque habia dicho queno habia visto habiendo visto.

Maltrana sufrió en silencio estas palabras de su tío, que aún le parecieron más molestas en presencia de su tertulia de majaderos. Sin embargo, fingió una sonrisa pensando en el dinero que podía darle. Creo continuó el Ingeniero que ha llegado para ti la hora de... vámonos.

Decía entonces que necesitaba calentarse al resplandor de aquella sonrisa, para que desapareciera de su corazón de erudito el frío producido por tantas horas solitarias pasadas entre sus libros. Escenas semejantes le parecieron en otro tiempo investidas de cierta felicidad; pero ahora, contempladas al través de los acontecimientos posteriores, se habían convertido en sus recuerdos más amargos.

Contestó con un movimiento de cabeza afirmativo, y Robledo hizo un gesto de invitación que pretendía decirle: «¿Quiere usted que nos vayamos?...» Pero los ojos melancólicos del desconocido parecieron contestar: «Si yo pudiese marcharme... ¡qué felicidad!» ¿Es usted de la casa? preguntó al fin Robledo.