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Ignoramos si llegó á darse sentencia, ó si quedó paralizado por muerte del obispo D. Pedro, ocurrida en 1476.

Desde este momento Inés es una desgraciada criatura espúrea, a quien ningún caballero podrá ofrecer dignamente su mano. Continué en silencio. Mi entendimiento estaba como paralizado y entumecido por el estupor. prosiguió . Todo ha concluido. Pleitearé... porque el mayorazgo me corresponde.

La vieja, no encontrando a mano otro remedio, la daba de beber y el agua caía en el estómago ruidosamente, como en el fondo de una vasija: chocaba en las paredes del esófago paralizado, haciéndolas sonar como si fuesen de pergamino.

¡Vamos! ¡fuera! repite Martín haciendo un gesto como para saltar a la garganta del primero que proteste. Dos minutos después han salido todos... Sólo el tabernero está allí todavía, paralizado por el miedo, detrás del mostrador. Al volverse Martín hacia él, con una mirada amenazadora, comienza a quejarse en tono llorón del transtorno causado en su tienda.

Estas palabras causaron un frío singular en el corazón de Reynoso. Vagamente adivinó una desgracia mayor que la enfermedad, mayor que la muerte misma, y quedó paralizado sin osar decir otra palabra. Siguió dócilmente a sus amigos, cuyas caras largas, contristadas, eran aún más inquietantes que las palabras de Tristán. Fuera de la estación les esperaba el landau de Escudero.

A media noche, cuando Macha se fue a la cama y el silencio reinó en la casa, llevó a su gabinete un espejo y agua caliente, y empezó a afeitarse. Además de la lámpara se vio obligado a encender dos bujías; tanta luz le molestaba un poco. Habiéndose afeitado un lado de la barba, se miró fijamente a los ojos y se detuvo como paralizado. «¡Mira cómo eres!», se dijo como si mirase a otra persona.

Si al celebrar el santo sacrificio de la misa o dar la absolución a un penitente cruzaba por su espíritu una de estas ideas negras, sentía la misma impresión que si le atenazasen el cerebro con un hierro candente, le asaltaba una congoja que le dejaba paralizado. Pensaba morirse. Lo deseaba ardientemente por librarse de aquel suplicio.

La señora... o más bien Margarita de Schminspaen, era sirvienta, y yo lacayo, en Bruselas, en casa del conde de Bruinsteen, un hombre gastado y loco que se pasaba ocho meses del año en su sillón, paralizado por la gota. Margarita, por medio de halagos y adulaciones, lo tenía dominado por completo.

Mas al tropezar sus dedos con la tersa frente de la criatura quedó súbito paralizado. Sus grandes ojos opacos brillaron con extraño fulgor. Incorporose vivamente y se llevó ambas manos a las sienes como si temiera que por allí fuera a salir algo grave y terrible que convenía tener encerrado. Se alzó de la silla y comenzó a dar agitados paseos por la estancia.

¡Silencio! exclamó el antropólogo con terrible mirada. Y sacando al mismo tiempo del bolsillo del gabán un enorme cuchillo resplandeciente, añadió: Como digas una sola palabra te corto ahora mismo el cuello. El niño quedó paralizado por el terror. Hizo un pucherito y pronto rompería a gritar si el fisiólogo con certero movimiento no le hubiese tapado la boca.