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Actualizado: 22 de mayo de 2025


»¡Ah! Si hubiera escrito todo esto, Luis no dudaría ahora. Poco me ha faltado para contárselo, pero me he callado, en parte porque él se encontraba en una de esas horas de duda, en parte porque he creído que mejor sería escribirlo en este libro, donde él lo leerá algún día. Puesto que no me cree, no merece que le diga nada: mejor lo confío a estas páginas, que están destinadas a desengañarlo.

Habiendo trazado el cuadro de nuestros viajes por Europa y América, hemos creido de nuestro deber dar tambien un lugar en nuestras páginas á la España, con el único objeto de darla á conocer tal cual es, deshaciendo en cuanto podamos las equivocadas opiniones que de ella se han formado por muchos viajeros.

Varias veces tomó un libro, pero sus ojos se deslizaban sobre las páginas sin comprender el sentido de una sola línea. Permaneció largo rato pensativa en el sofá, fumando cigarrillos. Luego fué á situarse junto á una ventana, mirando á través de sus vidrios la calle central, de modo que no la viesen desde fuera.

Una de ellas es gótica, otra greco-romana; mas producen ambas la misma impresion, admiran todas por la magestad de sus líneas y la grandiosidad de sus formas. Los reinos de Córdoba y Sevilla no son tan fecundos en obras monumentales como otras provincias; mas hasta en pueblos de segundo orden ofrecen páginas notables.

Toda ruina tiene para nosotros un augusto misterio ante el cual bajamos con respeto la frente. Las agrietadas aspilleras del castillo de San Diego, son otras tantas páginas de nuestra gloriosa historia.

Pido ahora perdón por estas últimas páginas; pero, como el fin de la jornada se acerca y pronto vamos a separarnos, cuento con que serán leídas con aquella paciencia, llena de vagas esperanzas, con que se oye el último párrafo de un fastidioso que tiene el sombrero en una mano y la otra en el picaporte.

Tristán también corría los montes, si no con la carabina al hombro, al menos con un libro en la mano. Placíase en tenderse en el fondo de las cañadas a la sombra de los sauces y pasar allí largas horas saboreando a ratos las páginas de algún escritor admirado, a ratos escuchando los gorjeos de los pájaros, el manso ruido del viento en los árboles y el rumor cristalino de las aguas corrientes.

Es natural. No... si está ocupada... no la moleste usted.... No faltaba más. Ocupada... ella siempre está ocupada... y desocupada... qué yo. Cosas de ella. Salió. Don Álvaro tomó en las manos el Kempis; era un ejemplar nuevo, pero tenía manoseadas las cien primeras páginas, y llenas de registros. Nunca había leído él aquello. Lo miraba como una caja explosiva.

Al ocuparme en páginas anteriores de la asociación del Niño Perdido que existió el siglo XVI, algo dije del lamentable abandono en que estaba en la antigüedad la infancia desvalida.

Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad. Yo bien que el entusiasmo es una surgente viva en vosotros.

Palabra del Dia

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