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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Afectaba exceso de pasión; una noche de caricias suyas rendía más que tres días de caza. ¿Alberta? El tipo de la gran señora frustrada; no era cortesana por miedo al trabajo, sino por ansia de brillar; hablaba inglés y francés; leía a Byron y Musset en el original; el membrete de sus cartas ostentaba este lema: Una para todos y todos para una.
Fuese amante o marido, hombre había por medio; era imposible explicarse de otra suerte el lujo que ostentaba, y mucho menos la existencia del niño. Lo más verosímil era que se hubiese casado, porque su severa elegancia, exenta de perifollos llamativos, no era propia de aventurera, sino de muy señora.
Salomé ostentaba en su muñeca el ridículo, que caía sobre el antepecho del balcón, ofreciendo al asombro del numeroso público los vivos colores de sus mostacillas azules y de sus lentejuelas doradas.
Su falda apenas pasaba de la rodilla, dejando al descubierto unas medias bien repletas de carne transparentada por el fino tejido. Sobre su jersey de seda color salmón ostentaba un collar de enormes cuentas de falso ámbar. El pelo, cortado en forma de melena de paje, se ahuecaba bajo una graciosa boina de terciopelo.
¿Cómo, un verdadero hombre? Quiero decir que no es ni un cura ni un labriego; es joven y está bien vestido. Entremos pronto. Entramos y estuve a punto de lanzar un grito de sorpresa al notar que mi tía ostentaba una expresión genuinamente amable, y que sonreía agradablemente al desconocido que, sentado en frente de ella, parecía estar tan a sus anchas como en su propia casa.
Desnoyers sabía de él que era profesor auxiliar de Universidad, que había publicado algunos volúmenes, gruesos y pesados como ladrillos, y figuraba entre los colaboradores de un «Seminario histórico», asociación para la rebusca de documentos, dirigida por un historiador famoso. En una solapa ostentaba la roseta de una Orden extranjera.
Las «socias» cuidaban escrupulosamente de la blancura de sus cuellos y pecheras, y en ciertos días ostentaba sobre el chaleco una cadena de oro, doble, igual a la de las señoras, préstamo de su respetable amigo, que había ya figurado en el cuello de «otros muchachos que empezaban».
Uno de ellos ostentaba medio rostro quemado por los líquidos inflamables de los alemanes; el otro lo tenía surcado por una red de hilillos rojos que eran vestigios de cicatrices.
Lo que ostentaba la Virgen en el pecho, pendiente de una cadena, era de Gallardo el torero. Pero otros compartían con él la admiración popular. Las miradas femeninas devoraban absortas dos perlas enormes y una hilera de sortijas.
Encima de todo esto, una larga tabla en figura de media, pintada de negro, fija en la muralla y perpendicular á ella, servía de muestra principal. En el interior todo era armonía y buen gusto; en el trípode del centro tenían poderoso cimiento las caderas de doña Ambrosia, y más arriba se ostentaba el pecho ciclópeo y corpulento busto de la misma.
Palabra del Dia
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