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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Lo primero que se notaba en él era la gran bufanda que le envolvía el cuello subiendo en sus vueltas hasta más arriba de las orejas, y descendiendo hasta el pecho. Llevaba gorra con galón, y de la bufanda para abajo toda la ropa era de purísimo verano, y además adelgazada por el uso.

El pobre labrador, agobiado por una existencia de fiebre y demencia laboriosa, quedábase en los huesos, encorvado como un octogenario, con los ojos hundidos. Aquel gorro característico que justificaba su mote ya no se detenía en sus orejas; aprovechando la creciente delgadez, bajaba hasta los hombros como un fúnebre apagaluz de su existencia.

Más allá, los mayores, estudiantes de facultad que lucen calcetines de seda y zapatillas bordadas, se entretienen en hacer rabiar á los pequeñuelos tirándoles de las orejas, ya rojas de tanto recibir papirotazos; dos ó tres sujetan á un pequeñito que grita, llora y defiende á puntapiés los cordones de su calzoncillo: cuestion de ponerle como cuando nació... pataleando y llorando.

Por fortuna don Federico te ha prohibido cantar; y con esto no me mortificarás las orejas. La respuesta de Marisalada fue entonar a trapo tendido una canción. El pueblo andaluz tiene una infinidad de cantos; son estos boleras ya tristes, ya alegres; el olé, el fandango, la caña, tan linda como difícil de cantar, y otras con nombre propio, entre las que sobresale el romance.

Entre la fábrica de aserrar y la primera hoguera, en la compuerta de la esclusa, se hallaba sentado el zapatero Jerónimo de San Quirino, un hombre de cincuenta a sesenta años, de cara larga y curtida, ojos hundidos, nariz gruesa, orejas cubiertas con un gorro de piel de nutria y barba rubia y puntiaguda que le llegaba hasta la cintura.

Así quando os encontramos nosotros, y podemos mas, os obligamos á que labreis nuestras tierras, y de lo contrario os cortamos las narices y las orejas. No habia réplica á tan discreto razonamiento. Fuí á labrar el campo de una negra vieja por conservar mis orejas y mi nariz, y al cabo de un año me rescatáron.

No hay en Madrid una mujer que le ponga el pie delante en hermosura, en garbo, en salero.... ¡Qué ojos! ¡qué cejas! ¡qué boquita de rosa!... ¡Hasta las orejas! ¡Mira qué primor de oreja!... Me las comería cada una de un bocado.... ¡Uy! ¡uy! ¡uy! Nati le había echado un feroz pellizco en el brazo. Para que no vuelvas a echar piropos a nadie delante de tu mujer dijo medio en serio, medio burlando.

De vez en cuando, un conejo asomaba a la puerta del tugurio sus orejas desmayadas, huyendo con medroso trote a la más leve voz, temblándole el rabillo sobre las posaderas sedosas, y de las lejanas pocilgas llegaban ronquidos de fiera, revelando una lucha de empellones de grasa y mordiscos traidores en torno de los barreños de bazofia.

Púsose un riquísimo vestido de terciopelo azul muy oscuro, guarnecido de piel de chinchilla, con sombrero y abrigo de lo mismo; dos perlas negras en las orejas y un trébol en el pecho, formado por otras tres perlas, blanca la una, negra la otra y rosa la tercera.

Debiera clavarte por las orejas a la pared y exponerte a la vergüenza pública... Por lo menos debiera romperte las costillas con este bastón, ¡y me están dando ganas de hacerlo!

Palabra del Dia

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