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Actualizado: 26 de junio de 2025
Pero... vamos a cuentas añadía para su sayo la oradora : diga lo que quiera Ana, ¿no conozco yo muchachas de bien aquí? ¡Está esa Guardiana, que es más pobre que las arañas y más limpia que el sol! Y de fea no tiene nada; es así delgadita.... Ella se confiesa a menudo... dice que el confesor le aconseja bien.... Amparo se quedó cada vez más pensativa después de esta observación.
El patriarca se colocaba la mano sobre el pecho, se la llevaba a la boca con sincerísima complacencia, mientras el disputador, tieso y serio, inclinaba de vez en cuando lentamente la cabeza en señal de aprobación. Por fin, la oradora acabó su discurso entregando el ramo al patriarca y gritando: «¡Ciudadanos delegados, salud y fraternidad!».
Cuando Baltasar y la oradora se quedaron solos, la tarde caía, no apacible y glacial como aquella de febrero, sino cálida, perezosa en despedirse del sol; nubes grises, pesados cirros se amontonaban en el cielo; el mar, picado y verdoso, mugía a lo lejos, y una franja de topacio orlaba el horizonte por la parte del Poniente. Amparo tuvo un instante de temor. Me voy a mi casa dijo levantándose.
Fuese el emisario de malas nuevas con la música a otra parte, cabizbajo, convencido de que era un criminal, y la oradora permaneció sentada en la cama, arrugando las ropas en la contorsión desesperada de sus miembros y cuerpo.
Un guardia quiso prender a la oradora, pero sus compañeras la defendieron a palos, mordiscos y arañazos... Salió un sable de la vaina, y allí fue Troya. Un diluvio de piedras y medios ladrillos cayó sobre los representantes del poder; y todos quedaron iguales; así los mal nombrados por el gobierno, como los peor elegidos por el pueblo.
En este momento entró Celestina con una bandeja cargada de pasteles de perfumes variados, e interrumpió a la Roubinet. Suplico a usted que espere un poco dije a la oradora. Déjeme servir el té, pues sentiría mucho no oír a usted. Vaya usted, vaya, Magdalena respondió la Roubinet muy halagada por mi petición.
Atribuyose a otras causas la indiferencia de la oradora. Amparo tenía los dedos listos y una boca no más que mantener; la crisis económica no podía importarle tanto como a las que reunían seis hijos, tres o cuatro hermanos, familia dilatada, sin más recursos que el trabajo de una mujer.
Cuando la fogosa oradora soltaba la sin hueso, pronunciando una de sus improvisaciones, terciándose el mantón y echando atrás su pañuelo de seda roja, parecíase a la República misma, la bella República de las grandes láminas cromolitográficas; cualquier dibujante, al verla así, la tomaría por modelo.
Palabra del Dia
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