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Su siempre viva imaginación veía las monedas que había tenido, la media onza, la pieza de a cuatro, los tres duros algo anticuados y por lo mismo más valiosos. ¿En dónde estaban? Poco a poco fue recordando que la primera había caído en tal tienda, la segunda más allá, y que a ocupar su lugar venían pesetas gastadas y algún duro flamante que parecía de lata.

Señaló Andronico las pagas segun la diferencia de las armas y ocupacion, cuatro onzas de plata cada mes á los hombres de armas, á los caballos lijeros dos, y lo mismo á los pilotos y gente de mandoneros una onza, y que siempre que llegasen á la costa de alguna Provincia del Imperio, se les diesen cuatro pagas, y cuando quisiesen volver á sus casas juntos, ó divididos, se le librasen dos para el viaje.

En la mayor parte de los otros casos, en aquellos especialmente en que predomina el elemento nervioso, conviene atenerse á una de las primeras atenuaciones, por ejemplo, una gota de la tercera dilucion en agua. El jarabe de ambar gris se prepara magistralmente, segun la necesidad, en la proporcion de dos á diez gotas de la tintura por onza de jarabe de azúcar. § I. Historia.

Algo se apuntó allí sobre el billete de Banco, que en Madrid no fue papel-moneda corriente hasta algunos años después, y sólo se usaba entonces para los pagos fuertes de la banca. Doña Bárbara se acuerda de haber visto el primer billete que llevaron a la tienda como un objeto de curiosidad, y todos convinieron en que era mejor una onza. El gas fue muy posterior a esto.

Colocóse en cierta ocasión en la puerta de un templo una mesa con la indispensable bandeja para que los fieles oblasen limosnas. Llegó su excelencia y el virrey echó un par de peluconas, y los oidores, y damas, y cabildantes, y gente de alto coturno hicieron resonar la metálica bandeja con una onza o un escudo por lo menos. Tal era la costumbre o la moda.

«Todo metal es mineral, el oro es metal, luego es mineral.» «Ningun animal es insensible, los peces son animales, luego no son insensibles.» «Pedro es culpable, este hombre es Pedro, luego este hombre es culpable.» «Esta onza de oro no tiene el debido peso, esta onza es la que Juan me ha dado, luego la onza que Juan me ha dado no tiene el debido pesoEstos ejemplos y otros por el mismo tenor, son los que suelen encontrarse en las obras de lógica que dan reglas para los silogismos; y yo no alcanzo qué utilidad pueden traer al discurso de los alumnos.

En aquel local, donde la luz se filtraba con trabajo al través de unos cristales polvorientos resguardados por toscos barrotes de hierro, donde el olor de las pieles curtidas llegaba a producir náuseas, el viejo Calderón había ido amontonando con mecánica regularidad duro sobre duro, onza sobre onza, hasta formar algunas pilas de millón. Su hijo Julián nada había cambiado.

¡Gracias, caballero! me dijo, devolviéndome la onza. Me basta con lo que gano. Y se puso de nuevo a revolver y a buscar, guardando un profundo silencio, y visiblemente contrariada. ¿Por qué no has tomado ese dinero? la dije. La muchacha no contestó.