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Actualizado: 8 de mayo de 2025


La llanura pierde al fin su dilatado horizonte en Rognac, las colinas y los cerros se complican, anunciando la proximidad de la opulenta Marsella, y el Mediterráneo, penetrando por un pequeño golfo en medio de las redondas montañas de la costa, sorprende al viajero, ofreciéndole en las ricas salinas de Berre, Rognac y Martigues un hermoso lago circular, tranquilo y cristalino, cuyas ondas llegan hasta el pié de los olivos.

Obtenido pan y vino, hacía falta el aceite. Probablemente lo pensó así don Antonio de Ribera, y al embarcarse en Sevilla en 1559 cuidó meter a bordo cien estacas de olivos. Don Antonio de Ribera fué, en Lima, persona de mucho viso; como que tenía escudo de armas en el que había pintado dos lobos con dos lobeznos en campo de oro.

También ella prefería las propiedades de campo a todas las demás clases de riqueza. Después que se retiró su amante, se quedó pensando en su fortuna, y todo aquel fárrago de olivos, parrales y carrascales que tenía metido en la cabeza le impidió dormir hasta muy tarde, enderezando aún más sus propósitos por la vía de la honradez.

Según nos aproximábamos a la provincia de Sevilla, el paisaje adquiría tonos más secos y calientes. La comarca se desenvolvía ondulante como un mar de olas inmensas, petrificadas, hasta los últimos confines del horizonte. Era una tierra roja, sangrienta, que infinitas hileras de olivos rayaban de verde gris.

Don Luis apelaba a otro género de humildad cristiana para justificar a sus ojos lo que ya no quería llamar caída, sino cambio. Se confesaba indigno de ser sacerdote, y se allanaba a ser lego, casado, vulgar, un buen lugareño cualquiera, cuidando de las viñas y los olivos, criando a sus hijos, pues ya los deseaba, y siendo modelo de maridos al lado de su Pepita.

En mitad de un bosque de encinas y olivos, que pone término á las huertas, se alza un monte escarpado, formado de riscos y peñascos enormes, que parecen como suspendidos en el aire, amenazando derrumbarse á cada momento.

Muchos olivos erguidos, de perfiles más suaves, parecían tener rostro y formas femeniles. Eran vírgenes bizantinas, con tiara de leves hojas y luengas vestiduras de leña.

Tenía el aspecto de una fortaleza de leyenda, como las que había descrito su padre el historiador, hecha para los cielos grises, para las selvas de húmedo verde, y parecía querer escapar de este paisaje tostado por el sol, de vegetación parsimoniosa, huyendo del contacto con los olivos, los cactos y los leñosos matorrales cubiertos de rudas flores.

Y yo, con la buena enseñanza cristiana que he mamado, tengo en el alma este otro propósito: «Haz lo que debas y suceda lo que suceda.» ¡Hola! ¡ya caigo! dijo con concentrada ira el guarda. Mañana me voy; no volverás á verme; ¡pero por estas que me afeito, que te acordarás de mientras memoria tengas! Diciendo esto, el guarda se alejó rápidamente y desapareció entre los olivos.

Muchos son los propietarios que allí poseen veinticinco, cuarenta, cincuenta mil y aún ochenta ó cien mil olivos, lo que representa valores muy fuertes, puesto que cada árbol que fructifica vale tres duros por lo menos. A eso se agrega que, antes de la época en que la planta comienza a producir, se cultiva con viñas ó cereales el terreno intermediario en las inmensas calles de olivos.

Palabra del Dia

hociquea

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