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Claro... ¿A qué vienen esos odios y esas venganzas de melodrama? dijo gozoso don Evaristo . Para perderse nada más. ¡Dichoso el que sabe elevarse sobre las pasiones de momento y atemperar su alma en las verdades eternas! Y para su sayo habló de este modo: «Tan metafísico está este chico, que nos viene como anillo al dedo».

Esta cultura tan decantada, tan brillante, tan coqueta; esta civilizacion tan adornada, tan entrometida, tan jactanciosa, es una púrpura que cubre una llaga; es la sonrisa con que el cortesano oculta el cáncer de sus envidias y de sus odios, la flor desgraciada con que se corona la copa de un veneno.

Dirían las gentes, si dejándoos llevar de vuestra violencia pusiéseis en las manos, que no bastando los odios políticos que nos separan, habíamos reñido por una querida.

No me desprendo de nada mío, sino que doy a cada cual lo que quieres que sea suyo; si más me dieres, más distribuiría; y si de todo me privases, mi único dolor sería ver desdichas sin poder remediarlas... Por he comprendido que la verdadera sabiduría estriba en combatir odios y sofocar rencores: procuro ser justo; pero no me has hecho feliz. sabes lo que falta a mi dicha. Te pido un hijo.

Por el curso de la conversación se veía que había allá un ambiente de odios terribles; navarros, vascongados, alaveses, aragoneses y castellanos se odiaban a muerte. Todo ese fondo cabileño que duerme en el instinto provincial español estaba despierto. Unos se reprochaban a otros el ser cobardes, granujas y ladrones.

Se queja de su antigua amiga por este acaparamiento, que considera peligroso. Hasta me han dicho que la acusa de coquetear con el pobre muchacho, de excitar su admiración, y de otras cosas peores. ¡Un absurdo, profesor! Las mujeres son terribles en sus odios. Figúrese usted: ese pobre oficial que es casi un muerto... Novoa se mantuvo silencioso para que el pianista no continuara hablando.

Cuando yo iba a la escuela estaban más vivos que ahora los odios de la lucha por la Independencia, y eso que había pasado más de medio siglo. España era una madrastra cruel y los españoles unos «gallegos» brutos, que sólo habían sabido esclavizarnos y explotarnos... Y esto nos lo enseñaban en idioma español, y además, el maestro y los discípulos llevábamos todos apellidos españoles.

Si todos los ricos hiciesen lo mismo, de otro modo pensarían los trabajadores, que sólo sienten odios y deseos de venganza. Y emocionada por la grandeza de su hijo, bajaba los ojos suspirando, próxima a llorar. Terminada la misa, llegó el momento de la gran ceremonia. Iban a ser bendecidas las viñas para librarlas del peligro de la filoxera... después de haberlas plantado de vid americana.

¡Ay! Aquel loco de Pablo Valls tenía en parte razón. Esas alianzas podían ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada Roqueta, tenía un alma todavía viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y preocupaciones.

Lo malo era que, si en todo lo demás se hacía lo que la santita de la casa quería que se hiciese, en lo tocante al asunto de los Vargas no había acuerdo posible; al solo nombre pronunciado, los odios dormidos se alzaban, como víboras a las que se pisa la cola. Entretanto, pasaron los días.