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Las ciencias, la política, la filosofía, los odios, las ambiciones, el amor, la guerra, el infortunio, todo lo que constituye nuestra cotidiana vida, había perdido su interés en aquel momento. Todos los hombres resultaban iguales.

Se hacen ofrecimientos, se buscan influencias, se apalabran concesiones, se reanudan amistades, se dirimen odios y todos marchan al objeto que se proponen.

Las pasiones están adormecidas, los odios descansan, los temores desaparecen, los partidos rivales marchan como hermanos cogidos de la mano, los enemigos se besan en la plaza pública. Esos hermosos días son como un alto preparado de etapa en etapa en un camino sangriento. Altos parecidos se encuentran en la vida más agitada y más desgraciada.

Alemania, en opinión de Nietzsche, no tenía cultura propia por su carencia de estilo. «Los franceses había dicho están á la cabeza de una cultura auténtica y fecunda, sea cual sea su valor, y hasta el presente todos hemos tomado de ellaSus odios se concentraban sobre su propio país. «No puedo soportar la vida en Alemania.

Desde la restauración de su legalidad doméstica había abandonalo por completo las lecturas filosóficas, reverdeciendo en su alma el mal curado dolor de su afrenta y los odios vengativos.

Envié un mensaje de pésame al Duque y recibí de él cortés y amistosa respuesta; porque es de notar que ni él ni yo podíamos jugar a cartas vistas y que a pesar de nuestros odios nos importaba fingir una concordia que hasta entonces había engañado al público.

me les pagarás.... ¡Me les pagarás, morral! En su voz, trémula de rabia, vibraban condensados todos los odios de la huerta. Era jueves, y según una costumbre que databa de cinco siglos, el Tribunal de las Aguas iba á reunirse en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia.

Pero sus renovados odios trataban de envenenar la admiración: «¡Oh!, , señora pensaba . Ya sabemos que tiene usted un sin fin de perfecciones. ¿A qué cacarearlo tanto...? Poco falta para que lo canten los ciegos. Si estuviéramos como usted, entre personas decentes, y bien casaditas con el hombre que nos gusta, y teniendo todas las necesidades satisfechas, seríamos lo mismo.

El vulgar extranjero, que tiene un patrón hecho, siempre el mismo para las cosas de España, pensó que al haber descubierto Colón un nuevo mundo del que no tenía noticia el Dios de la Biblia, forzosamente debieron perseguirle las gentes de Iglesia con mortales odios. Y Colón se muestra arrogante y sereno, como un tenor que sabe de antemano que triunfará en el último acto...

Ni sueñes que la gloria te sonría; que la revolución es el castigo que Dios a un pueblo delincuente envía. La fiebre de odios que tu pecho agita ya es más que fiebre vértigo iracundo, cráter que horrores sin cesar vomita. ¿Porqué, porqué, escandalizando al mundo, se ensaña hasta en el mismo sacerdote tu rencor despiadado y furibundo?