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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Bien habían bromeado con Nelet y el cochero del señor López. Comenzó la confusión de la despedida. Buscaban los abrigos abandonados sobre los muebles; olvidaban dónde habían dejado el sombrero; recogían los velillos rotos en el revuelto montón de prendas, y transcurrió más de media hora antes de que todos estuvieran listos.
No, Antonio; otro día vendré con menos prisa: he entrado para esperar a Nelet y continuar las compras. Pues entonces bajará ella.... ¡Muchacho, avisa a la señora que está aquí doña Manuela!
Sigue fiel a sus manías; nunca dice adonde va, y eso que, aunque me esté mal el decirlo, aquí se le traía con las mayores consideraciones. Doña Manuela se levantó al ver en una de las puertas a Nelet, que volvía de casa con la espuerta vacía. Buenas tardes. Aún tengo que hacer muchas compras. Adiós, Antonio; un beso, Teresa; y no olviden ustedes que esperamos a Andresito esta noche. Adiós, Juan.
Acogíala con un gesto de rústico desprecio, un fruncimiento de labios desdeñoso: algo que mostrase la indignación de una castidad hasta la rudeza, la insolencia de una virtud salvaje. Doña Manuela pareció decidida por fin a lanzarse en el viviente oleaje de la plaza. Vamos, Visanteta, no perdamos tiempo.... Tú, Nelet, marcha delante y abre paso.
¡Lo que somos...! ¡lo que somos...! decía Nelet entre dientes, sintiendo que cada espasmo de la larga agonía de su Brillante era una verdadera puñalada para él. Al ver a las señoritas se adelantó algunos pasos, hablando con tono compungido. El veterinario se había marchado, declarándose impotente para remediar el mal.
Doña Manuela, al ver a su antiguo dependiente, se ruborizó, como si éste pudiese adivinar los pensamientos que la habían agitado poco antes. El señor Cuadros mostrábase gozoso y radiante, como si le alegrase la noticia que en el patio le había dado Nelet. ¿Conque había muerto el caballo? Vamos, ahora se explicaba por qué iban aquella tarde a pie por la Alameda.
La nodriza se había ido, y Nelet continuaba en la cocina ayudando a las muchachas. Era día de gran banquete. Don Juan, el tío de las señoritas, aquel erizo intratable, había accedido a comer en casa de su hermana, y eran de ver los preparativos.
Renovó su mobiliario, abandonó las modistas anónimas, y en su afán de no andar a pie, si no tuvo berlina y tronco como en sus buenos tiempos, compró una galera elegante y ligerita y tomó como cochero a Nelet, el hijo de la nodriza de Amparo, un bárbaro de la, huerta, a quien puso por condición no tutear a la señorita menor y olvidarse de que era su hermano de leche.
Palabra del Dia
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