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Cristeta se presentó en el andén vestida con elegante sencillez. Ya no era la chiquilla que años antes salía muy de mañana con un pañuelo a la cabeza y un vestidillo de percal a comprar buñuelos para que sus tíos tomaran chocolate, ni recordaba en nada la humilde comiquilla de los primeros meses de contrata, en que iba a los ensayos con velo negro, como van al taller las oficialas de modista.

Yo, haciendo el papel de Sigfrido, me meteré en el ataúd. Ella, si quiere, puede venir montada en un caballo con alas, en un gran caballo negro, con largas crines negras, las alas negras, castigando con manos negras el aire del cielo. ¡Pero Muñoz, Muñoz! gritó Charito alarmada.

Ahora dame un beso en cada mejilla... Aun sigue el calor, ¿no es cierto?... Ahora quiero que beses las trenzas de mi pelo... Aguarda..., déjame sacarlas que estoy acostada sobre ellas... A ti no te gusta el cabello negro..., ya lo ..., pero eres muy amable y lo besarás para darme gusto... Ricardo iba besando tiernamente los sitios que le señalaba.

El hombre del negro chambergo, interpretando mal el silencio del maestro, alzó la cabeza con una risa irónica y salvaje y exclamó: ¿La quiere para usted sólo, verdad? ¡Ni una palabra más!

Adelantó los pies, luego las manos, hacia la hoguera; sacudió las enaguas, con objeto de enjugarlas por igual, y finalmente, sentose en el suelo a la turca para mejor gozar del fuego, que contempló fija y absorta, oyéndole crujir y viendo los troncos pasar de color de brasa al negro. ¿Don Ignacio? dijo de pronto ¿Lucía? ¿A que no sabe usted lo que estoy pensando? Usted dirá.

La noche había extendido su negro manto antes que la campana con su gran badajo de madera, la misma que servía para despertar a los monjes a las dos de la mañana, hora en que se levantan a orar, resonase a lo largo del claustro, como recordándome que debía retirarme de aquella silenciosa morada, donde era un extraño.

Comenzando a contar por los cubiertos y dos cucharones de plata de anticuada forma, una torta de pan «casero», ocho vasos de cristal verdoso y un botellón muy negro, todo cuanto había y fue apareciendo sobre la mesa era macizo y grande y abundante hasta lo increíble.

Sin embargo, aquel largo, vueludo gabán, que el gran antropólogo gastaba desde su memorable conversión a las ciencias positivas, llamaba la atención de los transeúntes. La llamaba especialmente cuando el viento, introduciéndose entre sus pliegues, lo agitaba. Entonces el insigne fisiólogo tomaba la apariencia de un negro bergantín desplegando sus velas para alguna lejana región desconocida.

Ahora bien; no hay negro que no sea comunista, como no hay canónigo que no sea conservador. El día que suceda lo que se teme, habrá una invasión a las propiedades de los blancos que, reprimida o no, traerá seguramente la ruina.

A lo largo de las paredes cloqueaban las gallinas, atadas en racimos; amontonábanse las pirámides de huevos, de verduras y frutas y en las tiendas portátiles de los pañeros extendíanse las fajas de colores, las piezas de percal e indiana y el negro paño, eterno traje de todo ribereño.