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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
Si no han sido representadas como algunas otras de nuestros mejores dramáticos, por ejemplo de Immermann , cúlpese á nuestros empresarios teatrales, que con su continua representación de plagios y rapiñas insubstanciales, nacionales y extranjeras, no parecen haberse propuesto otro fin que acabar para siempre con el buen gusto, y matar todo sentimiento poético.
Por fin, los zamarros nacionales, indispensables, sin los cuales nadie monta, que yo creía, antes de ensayarlos, el aparato más inútil que los hombres hubieran inventado para mortificación propia, opinión sobre la que, más tarde, hice enmienda honorable.
»Yo mismo no comprendo cómo el ilustre Senado, la Cámara de diputados y los demás organismos nacionales no fijaron su atención en el aspecto subversivo que nos ofrece ese gigante desde que llegó.
En 1708, con motivo de la nueva obra que se hizo en la Iglesia de San Pedro, fueron trasladados al claustro inmediato que tiene la parroquia y que servía de cementerio, y allí se colocaron los dos juntos, puestos en pie, en un armario metido en la pared, donde recibían las visitas de casi todos los forasteros estrangeros o nacionales, que aun cuando solo se detengan pocas horas en Teruel, rara vez dejan de acudir a satisfacer su curiosidad.
Entonces el pueblo veía á sus nacionales en los grados superiores del ejército, á sus maeses de campo pelear al lado de los héroes de España, compartir sus laureles, no escatimándoseles nunca ni honores, ni honras ni consideraciones; entonces la fidelidad y adhesión á España, el amor á la Patria hacían del Indio, Encomendero y hasta General, como en la invasión inglesa; entonces no se habían inventado aún los nombres denigrantes y ridículos con que después han querido deshonrar los más trabajosos y penibles cargos de los jefes indígenas; entonces no se había hecho aún de moda insultar é injuriar en letras de molde, en periódicos, en libros con superior permiso ó con licencia de la autoridad eclesiástica, al pueblo que pagaba, combatía y derramaba su sangre por el nombre de España, ni se consideraba como hidalguía ni como gracejo ofender á una raza toda, á quien se le prohibe replicar ó defenderse; y si religiosos hubo hipocondríacos, que en los ocios de sus claustros se habían atrevido á escribir contra él, como el agustino Gaspar de San Agustín y el jesuíta Velarde, sus ofensivos partos no salían jamás á luz, y menos les daban por ello mitras ó les elevaban á altas dignidades.
Besándole con frenesí, le conjuró por todos los santos del cielo, que se calmara: ella iba a registrar los cuatro rincones de la tierra y le traería la suma suficiente para pagar su deuda. ¿A cuánto alcanzaba? para saber, porque era necesario saber... ¿eran mil, dos mil, tres mil nacionales?
En cuanto á bellezas artísticas, á monumentos históricos, á glorias nacionales, Valladolid es, como si dijéramos, la Sevilla del Norte.
Es necesario tener siempre en cuenta la materia de que somos formados y la poca influencia que tienen sobre ella, en momentos especiales, los hábitos y convenciones nacionales.
La Fama convoca á todos los pueblos de la tierra á celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción; Alemania disputa con el Pecado, la Reflexión con la Duda; mientras tanto aguzan su ingenio los estudiantes y el gracioso sobre el objeto de la fiesta; Etiopía y las Indias vienen con su séquito, y entonan cánticos nacionales en loor de la Santa Virgen, etc.
Lo que nosotros dirémos de los franceses será un retrato tan al natural, un retrato tan candorosamente parecido, que no habrá persona, por poco instruida que esté en materia de caractéres nacionales, que no eche de ver por instinto que hablamos de Francia, aunque nosotros supusiéramos que la escena pasaba en la Nigricia.
Palabra del Dia
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