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[145.] Pero, ¿es por ventura necesario el andar en busca de deducciones, cuando el mismo filósofo en medio de su obscuridad y de su lenguaje enigmático, no deja de consignar de la manera mas terminante esta monstruosa doctrina? Oigámosle como habla en su Lógica trascendental, seccion tercera, donde se propone explicar la relacion del entendimiento á los objetos en general, y á la posibilidad de conocerlos

Su situación me inspiraba gran curiosidad. A la luz de la vela, que el monaguillo arrimó al lecho, pude ver el rostro de la enferma. Raquel no era la misma. Todos sus rasgos fisonómicos se habían descompuesto: la nariz, ya grande, era ahora monstruosa; los ojos, más abombados, vidriosos, sin expresión alguna; las mejillas, hundidas.

En los recovecos de la costa marcábanse vigorosas sombras que parecían dar vida y formas animales a las piedras. A lo lejos, un promontorio semejaba un león acurrucado junto a las olas, mirando a Jaime con hostilidad silenciosa. Los peñascos a flor de agua sacaban y ocultaban sus negras cabezas coronadas de melenas verdes, como gigantes anfibios de una humanidad monstruosa.

El confundir estas dos cosas es dar pié á una monstruosa confusion de ideas, y nace á su vez de otra confusion no menos monstruosa, de la relacion de causa y efecto, con la relacion de substancia y accidente. Tanta diferencia va de una cosa á otra, que no solo la razon nos las muestra distintas, sino que á cada paso la experiencia nos las ofrece separadas.

Lo desamueblado del aposento, la luz a medias, la monstruosa muñeca, cuyo tamaño casi natural parecía dar a su falta de habla patético lenguaje, la debilidad de la única figura animada del cuadro, afectaron profundamente la sensibilidad de la mujer y la imaginación del poeta.

El primero, según el testimonio de viejos cronistas, acabó siendo un traidor al Imperio de Liliput que le había dado hospitalidad, pues se fué con los de Blefuscú, que eran entonces enemigos. Además, al regresar á su monstruosa patria, publicó, según vagas noticias traídas por Eulame, un libro en el que ponía en ridículo á todos los liliputienses.

Su cara era una mueca horrible, sus ojos se abrían y se cerraban automáticamente; sus piernas estaban paralizadas, su cuerpo hundido en el sillón, sus manos muertas. Le Tas no había conocido más que un sentimiento humano: adoraba a Honorina. La monstruosa criatura se arrojó sobre el cuerpo de su dueña lanzando un grito como el que no es posible oírlos más que en el desierto.

Del amante apasionado que se arrodillaba ante ella con la embriaguez de la carne, llamándola Venus, quedaba muy poco... ¡Pobre Venus! La diosa deformábase con la maternidad. Una hinchazón monstruosa rompía las líneas armónicas y dilataba las curvas admirables. Aquellas botas color limón que eran el orgullo de Feli ya no entraban en sus pies.

Eran de diversas formas, y algunas horribles, representando todas mujeres, excepto la primera, que es una cabeza monstruosa pintada, puesta sobre los hombros de un devoto de pequeña estatura, de manera que el conjunto se asemeja á un enano con cabeza de gigante. Hay además otros dos espantajos de la misma especie, figurando dos gigantes, moro el uno y negro el otro.