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Actualizado: 25 de junio de 2025
¡Pero si el rey continúa así, la monarquía queda reducida á una sombra que sólo sirve para autorizar á magnates miserables capaces de todo! dijo la reina con violencia. ¿Vuestra majestad dice que las cosas han variado?
España, desde el tiempo de los Reyes Católicos, hasta que nuestra cultura murió sofocada por el espíritu centralizador de la monarquía absoluta y la intolerancia religiosa, fue con relación al estado general de la época, un pueblo tan civilizado y progresivo como la Inglaterra y la Alemania de ahora. Italia era más artística, Francia más fastuosa, ninguna potencia hubo más ilustrada que España.
A la primera impresión no ofrece más que rasgos graves, solemnes, místicos y de una vaguedad en la que el pensamiento se anonada, pero tienen huella del dedo todopoderoso que trazó sobre las paredes del palacio de Baltasar la sentencia de una monarquía, y, cosa maravillosa, permanecerán largo tiempo ininteligibles, tanto a los sabios como a los grandes de la tierra.
Quería él defender las instituciones y sus principios contra las reacciones de la monarquía y contra los impacientes de la república, cuyas aspiraciones habían de empezar a cumplirse después de la revolución de julio de 1830 y la de febrero de 1848, cuya hora no había sonado aún con el toque de rebato de aquellas dos ya expresadas revoluciones. Nos encontramos a fines de otoño del año 1829.
Las de Encina, al contrario, fueron las primeras que intentaron perfeccionar los elementos populares, y contribuyeron también en primer término al nacimiento de aquel teatro, que supo reunir la popularidad á las más nobles excelencias . La época en que, según indica Rojas, se verificó este cambio favorable al drama, coincide justamente con el período en que la monarquía española tomó su primero y más poderoso vuelo.
Aquí, en el corazón de tan poderosa monarquía, trasunto reducido de la existencia entera del pueblo, hubo de radicar también la escena destinada á representar en animado cuadro esta misma existencia, y en este asiento del lujo y de la civilización se hizo sentir más viva la necesidad de los espectáculos dramáticos.
En la minoría de Carlos II se vió ya, en toda su desnudez, la extraña decadencia de la monarquía española, disimulada hasta entonces por su brillo exterior.
Aunque la experiencia de estos sucesos dieron á los sábios Ministros, que con tanta gloria de la nacion dirigen la monarquia, las luces y conocimientos, para que no llegasen á tener tan desgraciado fin estos últimos establecimientos de las Bahías sin Fondo y San Julian, no por eso han podido libertarse de iguales contrastes, que al fin lograron reducirlos á un estenuado esqueleto de la corta poblacion del Rio Negro.
Felipe IV se acordó entonces que era hijo de Felipe III i nieto de Felipe II, i así dejándose vencer de las razones del inquisidor, empeñó su palabra de ordenar al Conde-duque de Olivares la salida de aquellos judios, no solo de la corte sino tambien de todos sus reinos i señoríos: con que de esta suerte quedaron burlados los buenos deseos que tenia el valido de reparar los daños que España padecia, por la falta de poblacion, comercio i riqueza: los cuales iban tan en aumento que ya amenazaban la ruina de esta desventurada i siempre mal regida monarquía.
Cuando el hagib Almanzor usurpando al menguado Hixem II su autoridad gobernaba la monarquía cordobesa, tenia su palacio al norte del alcázar real, y sus jardines se estendian á todo lo que es hoy huerta del rey, entre el arroyo del moro y las heras de la salud.
Palabra del Dia
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