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Prohijada por el feudalismo, aceptada por la Iglesia, admitida por la potestad real cuando acababa apenas de salir de los modestos focos de la plebe emancipada, sirvió admirablemente á los intereses y designios de cada una de estas clases en su desarrollo sucesivo: dió á los altivos señores feudales y á los reyes castillos y palacios, espaciosos por dentro para contener un numeroso séquito, sombríos y de dificil acceso por de fuera para imponer respeto y resistir los asedios; dió á las nacientes corporaciones municipales y á la clase popular, casi toda á la sazon de traficantes y mercaderes, casas de ayuntamiento, mercados, lonjas, bolsas, tribunales, y fuertes murallas para defender sus conquistados derechos; dió á la Iglesia un brillante simbolismo, templos desahogados y capaces, mas acomodados al grande incremento de las poblaciones que las pequeñas y sombrías iglesias erigidas en los siglos XI y XII segun las inflexibles reglas del arte monástico.

Aunque no vestía el hábito monástico, su ropilla, calzas y gruesas medias eran de obscuro color, cual convenía á un morador de aquella santa casa.

Otras veces, el cocinero, bajo el cielo plomizo de los mares septentrionales, les hacía evocar el recuerdo de la lejana patria dándoles el monástico arroz con acelgas ó el mantecoso arroz con nabos y judías.

El cuarto voto de obediencia al Papa, peculiar de la Compañía, había hecho indispensable para el Vaticano el apoyo del jesuitismo. Hasta podía afirmarse que el ejército monástico de Íñigo de Loyola había salvado al pontificado en el trance, terrible para él, de la revolución luterana. Era la antigua fábula del hombre y el caballo, puesta de nuevo en acción.

La diferencia radical entre el ambiente casi monástico del escritorio, con sus empleados silenciosos, encorvados junto a las imágenes de los santos, y aquel grupo que rodeaba a Salvatierra de veteranos de la revolución romántica y jóvenes combatientes de la conquista del pan, turbaba al joven Montenegro.

Las moradas mismas tenían semblante monástico. Vivíase en ellas una existencia de silencio, de sombra. Un farolillo alumbraba continuamente en sus zaguanes obscuros alguna imagen de Nuestra Señora, como en la portería de los beaterios, y las celosías diseminaban en el ambiente perfumes de iglesia.

Pepita, pensando en el cuadro, veía el salón de reuniones de las Hijas de María con su lujo monástico y el mapa de la Orden, que era el principal adorno de la pared; un mapa de colores acaramelados, en el que figuraban Europa y América, marcándose con pequeños corazones inflamados las poblaciones donde el jusuitismo femenil tenía establecidos sus colegios.

Los pájaros turbaban el silencio monástico de aquellos campos, revoloteando en torno de los árboles frutales. Un seglar iba con un libro en la mano por el mismo camino que seguían ellos. Era la única persona que paseaba por la huerta. Aresti lo vió de espaldas y aceleró el paso como le acometiese de pronto una duda y quisiera salir de ella.

Atraía la corte pontificia las miradas de la Europa entera por la espléndida aureola con que habian rodeado el solio de Leon X los poetas y los artistas; al propio tiempo la reforma se habia granjeado poderosos valedores entre la nobleza católica, seducida con la esperanza de sustraerse á la preponderancia intelectual del clero, y de apoderarse de los bienes temporales del feudalismo monástico.

Las calles están solitarias y mudas; pero, de tarde en tarde, la áspera voz de algún morisco, vendedor de legumbres, profana el monástico silencio, haciendo refunfuñar a más de un hidalgo adormido en la obscuridad de su alcoba. Los gallos cantan roncos y soñolientos. Ramiro recorre de un extremo a otro el destartalado salón. ¿Qué ha sucedido?