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Actualizado: 16 de junio de 2025
Ese teatro de Monte-Carlo resulta, en ciertos días, el templo de la imbecilidad musical... No; mejor será que conozca lo que damos esta tarde. Es la obra de una millonaria que lo escribe todo, música y versos. Y leyó en alta voz los títulos de varías «escenas pintorescas»: Diálogo entre la mariposa y la rosa, Lo que la palmera le dijo al agave, Plegaría de la cigarra á nuestro padre el Sol.
En las callejuelas cercanas bullían rameras de la más extremada abyección, juntas con negros, con marineros levantinos, con marroquíes é indostánicos, con vagabundos de todo el planeta. Pero la millonaria no conocía el miedo. Además, iba apoyada en el más fuerte de los brazos.
Su marido resultaba un pobre muchacho, simple y bueno, necesitado de que lo protegiesen. Ella lo defendería, como en la noche de Marsella. ¡Adiós, amor! Sólo quedaba en la millonaria un afecto que tenía mucho de maternal. Los dos, con la pesada tristeza del desengaño, se aburrieron en todas partes, y acortaron su viaje para volver á los Estados Unidos.
Están convencidos de que sus hijas van a ganar miles de duros en ese comercio. La leyenda de la Raquel, israelita, millonaria y cómica, se ha extendido ya mucho entre los judíos del Oriente. No hay nada más cómico y enternecedor que esas dos jóvenes judías en las tablas. Están atemorizadas en un rincón del escenario, empolvadas, pintadas, despechugadas y tiesas. Tienen frío, se avergüenzan.
Fernando sentía miedo. Los padres de ella proyectarían casarla con el vástago de alguna familia millonaria; tal vez con un señorito de escasa fortuna, que pudiera ofrecerla viejos títulos de nobleza.
El susurro del viento, el canto melodioso de los pájaros y la luz de la aurora, eran la vida del porvenir que venía a consolarme, a desvanecer mi tristeza y a convidarme a nuevos goces. Yo me hallaba, además, satisfecha y hasta engreída de mi conducta, lo cual basta y sobra para aliviar y calmar todo dolor por grande que sea. Pude lícita y honradamente ser millonaria y no quise.
El dueño de aquella casa era don Gaspar Villarroel, caballero viudo, riquísimo propietario de haciendas en casi todas las regiones de España, accionista del Banco, tenedor de sumas enormes en dollars norteamericanos, en cuatros de la Deuda francesa y en treses de la de Inglaterra: y aquellas sombrillas olvidadas, las labores que por las ventanas se veían y los cantares llenos de poesía eran de Helena, su hija única, de veinte años, que andando el tiempo había de ser muchas veces millonaria.
Esta celebridad sería, seguramente, como las otras. Una agencia de informes había puesto en movimiento sus detectives para hacer conocer á la millonaria todo el pasado de «El rey de las praderas».
Lo que deseaba era tropezar en el Congo con un hipopótamo, un león ó cualquiera otra bestia misericordiosa, que, al desgarrarlo en pequeños pedazos, le librase del recuerdo de miss Craven la ingrata. Después de esta entrevista, la millonaria creyó necesario acelerar los acontecimientos.
En aquel momento solicitaba su mano un conde del país, de una palidez aceitunada y ojos de brasa, el cual permanecía días enteros en el salón de espera del hotel, lo mismo que un empleado de agencia de viajes, para acompañarla en todas sus salidas. Mina era la vigésima millonaria americana á la que pretendía elevar, ofreciéndole su corona condal.
Palabra del Dia
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