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Actualizado: 1 de junio de 2025
En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creí cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien. Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló su amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo.
Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio: ¡Bertita! Nadie respondió. ¡Bertita! alzó más la voz, ya alterada. Y el silencio fué tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento. ¡Mi hija, mi hija! corrió ya desesperado hacia el fondo.
No al servicio de "Dios y la Patria", como en las monarquías europeas; no al de "Dio e Popolo", como en el programa semirreaccionario de Mazzini, sino "con el objeto de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, consolidar la paz doméstica, proveer a la defensa común y asegurar los beneficios de la libertad para todos", como lo expresa por primera vez el preámbulo de la constitución de la libre América, sin invocar la protección de nadie, para no quedarle obligado.
Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo. Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oir la voz de su hija. Me parece que te llama le dijo a Berta. Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más.
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamadaras de dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores. Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos.
Schack, después de regresar á Italia, y mientras el príncipe de Hohenlohe se encaminaba á Alemania, residió algún tiempo en Nápoles, y después en Roma, convertida en república bajo la presidencia de Mazzini.
Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú! Mazzini se puso pálido. ¡Al fin! murmuró con los dientes apretados. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
Mazzini explotó a su vez: ¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora! Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas.
Palabra del Dia
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