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Actualizado: 19 de julio de 2025


Conste, señor matamoros dijo Bermúdez desde la puerta de la cámara cuando ya salía del pozo el comandante llevándose a remolque al boticario , que no solamente doy el permiso que me ha pedido Leto, sino que me quedo, y con gusto... ¡con mucho gusto, canástoles! mientras que usted se larga.

-Yo así lo creo -respondió Sancho-, y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: "¡Santiago, y cierra, España!" ¿Está por ventura España abierta, y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta?

Golpeaba la arena del jardín con las suelas de sus breves zapatos. Un rictus histérico contraía su boca. A usted tal vez lo exceptuase... Usted, con todas sus arrogancias de matamoros, es un ingenuo, un simple. Le creo capaz de soltar á una mujer toda clase de mentiras... creyéndolas usted antes. Pero á los otros... ¡ay, á los otros!... ¡cómo los odio!...

La oscuridad de sus ojos es la oscuridad de mi vida: esa sombra negra ha hecho tristes mis días, entenebreciéndome el bienestar material que poseo. Soy rico: ¿de qué me sirven mis riquezas? Nada de lo que él no pueda ver es agradable para . Hace un mes he recibido la noticia de haber heredado una gran fortuna... ya sabe usted, Sr. D. Carlos, que mi primo Faustino ha muerto en Matamoros.

«Pero, oiga usted, señor matamoros; si usted quiere que sea suya para siempre su señora reina de las botas nuevas, apague esas luces del tocador y véngase de puntillas, que puede oírle Eufemia, que ahora duerme ahí al lado».

Al mismo tiempo hormiguea en las calles un enjambre de obreros toscos y brutales, vestidos con abandono, de marinos de todas las naciones, de comisionistas afanados á caza de clientes, de negociantes inquietos entregados exclusivamente á la fiebre de la especulacion, de soldados de franjas amarillas, pasablemente ociosos, de carreteros y vivanderas haciendo una algarabía de todos los diablos, de algunos semi-majos y toreros de estilo de matamoros, y de pillos de todas edades que abundan siempre en las ciudades mercantiles, con su numeroso acompañamiento de andrajosos mendigos que son inevitables en casi todas las ciudades españolas.

Tenían por apodos el Mono, el Bastián, el Matamoros, el Malafolla, el Cachuli, el Mochón, el Navaco y otros no menos extraños. Nunca se les veía borrachos: su bebida favorita era el chocolate.

Palabra del Dia

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