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Actualizado: 6 de junio de 2025
Apenas se deja atrás la famosa puerta de Alcalá y se dan algunos pasos por la calle de árboles que nos lleva a lo interior del Retiro, empieza a refrescar el rostro un vientecillo ligero y húmedo, y con ínfulas de marino.
En su vida había visto Miguel, ni pensaba ver, hombre más silencioso: estuvo una porción de días sin oírle el metal de la voz: cuando le tropezaba en la calle o en casa, el marino se llevaba la mano al sombrero y gruñía algo que debía ser «buenos días» o «buenas tardes» juzgando por hipótesis.
Parecía un marino consumado, harto de surcar los mares, encanecido en el estudio de los problemas hidráulicos. Sin embargo, el señor de las Cuevas, aunque pasmado de aquel modo de barajar términos marítimos, alguno de los cuales ni él mismo conocía, torcía el gesto a las explicaciones verbales que don Rosendo le daba.
El marino, al perder su buque, se mata; todo hombre de honor que considera su falta irremediable apela á la muerte, para caer en una postura digna. Y ese emperador sigue diciendo Toledo que ha organizado el exterminio de diez millones de hombres desea llegar á viejo... ¡Ah, sinvergüenza!
Mi amo lloró como hombre, después de haber cumplido con su deber como marino; mas reponiéndose de aquel abatimiento, y buscando alguna razón con que devolver al inglés la pesadumbre que este le causara, dijo: «Pero ustedes no habrán sufrido menos que nosotros. Nuestros enemigos habrán tenido pérdidas de consideración.
Sí, se conocen íntimamente, replicó Ester con semblante sereno, aunque toda llena de la más profunda consternación, han vivido juntos mucho tiempo. Nada más pasó entre el marino y Ester.
Pues luego va a verse, señor marino, si hay aquí o no hay valor para cortar por donde se ha señalado. Mientras tanto, le prohíbo a usted aventurar juicios sobre el particular. Leto casi se ruborizó por falta de una sutileza galante con que responder a la reprimenda sabrosísima de Nieves.
Ulises encontró al poeta flaco y amarillento, sumido en un sillón, con la barba luenga y blanca, un ojo casi cerrado y el otro enormemente abierto. Al ver al marino, ancho de pecho, forzudo, bronceado, Labarta se echó á llorar con un hipo infantil, como si llorase sobre la miseria de las ilusiones humanas, sobre la brevedad de una vida engañosa que necesita el oleaje de la continua renovación.
Hablar siempre con rostro enojado, llamar a las cosas por su nombre, por crudo que fuese, decir una fresca al lucero del alba; tales eran las cualidades que habían logrado darle popularidad en los salones. Había quedado viuda bastante joven, con dos hijos, un varón que había seguido la carrera de marino y que a la sazón estaba navegando, y una hija a quien había casado hacía un año.
Hay que tener una predisposición especial, cierto talento para fingir lo que no se siente... Yo he intentado venderme, y no puedo, no sirvo. Amargo la vida de los hombres cuando no me interesan; soy su adversario, los odio, y huyen de mí. Pero el marino prolongaba su sonrisa atrozmente burlona. ¡Mentira! dijo otra vez . ¡Todo mentira! No te esfuerces... No me convencerás.
Palabra del Dia
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