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Actualizado: 14 de julio de 2025
¡Mi novio!... ¡mi poeta! Había caído en sus brazos, se colgaba de sus labios en un beso largo de ruidosa aspiración. Luego se apartó bruscamente, como si la poseyese otra vez el miedo. Márchate... Podrían vernos. Había entrado en su camarote, estaba al otro lado de la puerta, pero la mantenía a medio cerrar para verle un momento más, acariciándolo con su sonrisa y sus ojos.
En fin, no faltó quien recordase la presencia de una beldad desconocida, que mantenía a Pablo cautivo de sus hechizos... Alguien pensó en hacer intervenir la policía... Pero los antecedentes y la conducta del duque se impusieron. El palacio permaneció cerrado y silencioso, hasta para los más allegados parientes.
Conocia la dificultad y se mantenia con alguna circunspeccion, hasta que le fué preciso condescender con las instancias de sus tropas, que pedian con eficacia las guiase al ataque.
De la vida pasada sólo conservaba las amistades con los valientes, reforzando su cortejo con nuevos bravucones. Los mimaba y mantenía con el propósito de que le sirviesen de auxiliares en su carrera política. ¡Quién le haría frente en su primera elección, viéndole en tan honrada compañía!... Y para entretener a la honorable corte, seguía cenando en los colmados y embriagándose con ellos.
La mecedora de Ana no se movía, tal como apenas en sus labios pálidos la afable sonrisa: se buscaban con los ojos las violetas en su falda, como si siempre debiera estar llena de ellas. Adela no sin esfuerzo se mantenía en su mecedora, que unas veces estaba cerca de Ana, otras de Lucía, y vacía las más.
Pasaron ante la lúgubre bahía de los Difuntos, antiguo cementerio de buques de vela, y siguieron la navegación hacia el Sur, en busca del estrecho, para entrar en el Mediterráneo. Ferragut sintió orgullo al examinar el nuevo aspecto del Mare nostrum. La telegrafía sin hilos le mantenía en contacto con el mundo.
Este belitre iba á estorbar con su presencia el deseado encuentro; tal vez se mantenía á su lado por el deseo de ver y saber... Y aprovechando una de sus rápidas ausencias, Ulises se alejó por la larga vía Partenope, siguiendo la baranda que da sobre el mar, fingiendo interesarse por todo lo que encontraba, pero sin perder de vista la puerta del hotel.
Entonces se recuerda con horror que en el acto de pasar la tromba, á la par que chupaba el agua, chupábase la embarcación, quería bebérsela, la mantenía suspendida en el aire y fuera del agua, abandonándola luego para que se sumiera en los profundos abismos. En China hánsela levantado templos y altares, se la hacen ofrendas, y dirígensela oraciones con ánimo de humanizarla.
Después hubo de todo: súplicas, amenazas, lloros; pero ella se mantenía inflexible, con una sonrisa que daba miedo, negándose a continuar los amoríos. ¡Ah, las mujeres!... Sí, hijo mío decía Fermín. Unas arrastrás. Aunque se trate de mi hermana, no hago excepción. Por eso tomo yo de ellas lo que necesito y rehuyo el trato... ¿Pero qué excusa te daba Mariquita?...
No sabía accionar. Sus movimientos eran desproporcionados. No mantenía el cuerpo recto, ni las rodillas derechas, ni el pie izquierdo un poco trecho delante del otro, ni los hombros quietos, ni los brazos algo separados del cuerpo. Naturalmente estas y otras infamias iban nutriendo en el corazón de García un odio feroz.
Palabra del Dia
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