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Cuando cada manjar «le puede comer un ángel» de bien sazonado que está, como dice la tía Simona, y todos ellos quedan cuidadosamente arrimados á la lumbre para que se conserven en buena temperatura, precédese á otra operación no menos solemne que la cena misma: poner la mesa perezosa.

La provincia de los Guapás es de tanta fertilidad, que en todo nuestro viage no la hallamos, ni vimos igual, ni semejante: porque si un indio hiende un árbol con una hocecilla, destila, y él coge cinco ó seis medidas de miel, tan pura como si fuera mosto, y comida con pan ó con otras cosas, es muy agradable manjar: hacen tambien de ella vino del mismo sabor que él mosto, aunque mas suave, y las abejas que la labran son pequeñas y sin aguijon.

Con voz tierna, cuyas entonaciones musicales eran destinadas a dulcificar la significación de las palabras, como una buena salsa disimula un mal manjar, dijo: Tiene usted razón, María Teresa, de preocuparse únicamente de la salud del señor de Chanzelles. ¿Qué importa lo demás al lado de eso? Sabremos esperar con paciencia días mejores; seguiremos de novios un año... dos años si es necesario.

La tapa de venado bien condimentada es un exquisito manjar. El viaje de Bagamanot á Pandan, para verificarlo con relativa comodidad, debe hacerse embarcado hasta la visita de Tabobo, y de aquí en hamaca hasta Pandan, no pudiéndose utilizar el caballo por las quebradas y precipicios que tiene el monte Pulipusyan. En esta expedición se invierten de diez á doce horas.

Preferí la primera via, por gozar de los encantos del paisaje, porque ver una comarca en ferrocarril es como tomarse un manjar á grandes bocados: ni se le toma el sabor, ni se mastica y digiere.

Vive en el agua, y hace mucho daño á los demas peces: pone en tierra sus huevos, á dos ó tres pasos de la orilla del rio: huele á almizcle, y sabe bien: su carne no es dañosa, y su cola es delicadísimo manjar. Entre nosotros se cree que es animal venenoso, y se llama cocodrilo.

Estuvo tres sin salir de su cuarto, sin probar apenas manjar alguno de los que Cecilia le llevaba, y, lo que es aún peor, sin lograr conciliar el sueño. Con los ojos abiertos y extáticos, se pasaba horas y horas tendido en su lecho, mirando a las tinieblas. En la noche tercera, a eso de las tres, encendió luz, se vistió y se puso a escribir una larga carta a su tío.

Soy, pues, mi querido cura, un manjar sabroso, delicado y suculento que será codiciado, solicitado y tragado en un abrir y cerrar de ojos, si es que lo permito. Pero tranquilizaos, no lo permitiré; no lo permitiré a menos que... Pero ¡chist! «Por último, señor cura, os diré sin explicaros el por qué, que aguardo el lunes con impaciencia.

Largas horas pasamos sobre el campo saboreando los deliciosos recuerdos de tanta gloria, que como dejos de un manjar muy rico nos renovaban el placer del vencimiento. La noche era como de verano y como de Andalucía, serena, caliente, con un cielo inmenso y una atmósfera clara, donde algo sonoro fluctúa, cuya forma visible buscamos en vano en derredor nuestro.

Por un acuerdo de la Sala de Alcaldes pregonado a 18 de mayo de 1595, se mandó que se notifique «a los que guisan de comer, que llaman figones» que no diesen de comer a las personas que fuesen a sus casas, ni manjar blanco, ni tostadas, ni pastelillos, ni otras cosas dulces.