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Del mismo modo á uno parece picante una cosa, y á otro salada; á veces un mismo manjar es sabrosísimo para uno, y desabrido, y tal vez áspero para otro. Esto es tan comun, que no hay necesidad de detenerme en probarlo, y puede verse tratado muy largamente en Sexto Empírico.

Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy.

Pues bien: leyendo una comedia de Shakespeare toparon mis ojos con esta frase: «La mujer es un manjar de los dioses cuando no lo adereza el diablo». Quedéme suspensa y cavilosa. ¿Quién será este diablo aderezador? Ya sabéis que el gran poeta inglés se expresa siempre en una forma cortante y misteriosa. Su fuerza, más que en lo que dice, está en lo que sugiere.

Y yo tengo que hablaros urgentemente de un platillo que he inventado yo y que quiero que hagáis dijo con voz ronca el bufón. ¡Ah! ¡habéis inventado un manjar!... dijo el cocinero, que tenía graves motivos para no atreverse á desobedecer al bufón . Pues esto es distinto. Vamos, tío Manolillo, y veamos vuestra invención. Y salió con el tío Manolillo.

Los holothuridos, sumamente apreciados por los chinos, por suponer que es un poderoso afrodisiaco, constituyen para ellos un manjar exquisito, llegando á pagarse las especies stichopus y bodohschin, abundantes en Filipinas, á elevadísimo precio.

Pues dice en su escritura, A lágrimas, y llanto en demasía, Inclinada bien es de su natura, Envidia y querimonia la seguia, Flojedad, y pereza y detractura: Mas dice de ella un bien; que se contenta Con muy poco manjar y se sustenta.

Recordaba con verdadero deleite, con fruición sin igual, un pedazo de lomo asado, ó un pollo especial, ó un pavo digno de particular elogio, ó un pescado notable, ú otro manjar cualquiera que adornó su mesa allá en los días de su primera juventud; mientras los grandes acontecimientos de que había sido teatro el mundo durante los largos años de su existencia, habían pasado por él como pasa la brisa, sin dejar la menor huella.

En todos los tiempos el servilismo de los gobernados ha sido particularmente grato a los gobernantes y recompensado especialmente por éstos, y en todos los tiempos se ha brindado a los potentados imaginarios con el manjar más apetecido por los potentados reales.

Su voz ha resonado con elocuencia en la tribuna, su pluma ha trazado páginas brillantes que admira el extranjero, su cincel ha dado eterna vida á la piedra y la madera... No me sorprende en verdad que usted haga ascos á este manjar grosero hecho con la harina del maíz.

No te alebres, lector, al afrontar el título de este volumen, imaginando que van a servirte versos escritos en todas o algunas de las treinta y tantas lenguas vernáculas del Archipiélago Filipino. Ni yo sabría aderezar ese manjar, ni cómo catarle.