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Todo el pueblo sabe quién es el verdadero amo de la barca abandonada, y nadie tiene tan mal corazón que intente perjudicarle. Aquí hay mucha honradez. A cada uno lo que sea suyo: el mar, que es de Dios, para nosotros los pobres, que hemos de sacar el pan de él, aunque no quiera el gobierno. El maniquí Nueve años habían transcurrido desde que Luis Santurce se separó de su mujer.

Es gentleman desde su peinado hasta la forma de sus zapatos, y, al mismo tiempo, tiene una distinción, una desenvoltura... ¡Dios nos preserve del señor vulgar, del maniquí siempre endomingado o de la cabeza de peluquería! ¡Prefiero una cabeza de turco! ¡Adelante con las comparaciones!... ¡Pero, estaría yo fresca si tomase tus ocurrencias a lo serio!

Visitarían las tiendas de la calle de Toledo para que ella comprase las sábanas. Isidro, desoyendo sus protestas, pensaba regalarle cierto vestido expuesto en un maniquí a la puerta de una tienda de modas. Además, acordábase de que hacía tiempo que soñaba Feli con unas botas altas, muy altas, de suave color de limón y con muchos botones.

Gallardo quedó enganchado por la mitad del cuerpo; y aquel buen mozo, fuerte y membrudo, con toda su pesadumbre, viose zarandeado al extremo de un asta cual mísero maniquí, hasta que la poderosa bestia, con un cabezazo, lo expulsó a algunos metros de distancia, cayendo el torero pesadamente en la arena, abiertos los remos, como una rana vestida de seda y oro.

Repetía con orgullo á Desnoyers todos los progresos que realizaba en la escuela, los vendajes complicados que conseguía ajustar, unas veces sobre los miembros de un maniquí, otras sobre la carne de un empleado que se prestaba á fingir las actitudes de un falso herido.

El pueblo fué edificado sobre las riberas del rio Maniqui, como doce leguas al norte de San-José, é inmediato á las últimas faldas de la cordillera.

Te vas a la policía recomendábale sofocada, y le hablas al jefe, al mismo jefe... y que le busquen, que le busquen... ¡Dios mío! ¡todo el tiempo que se ha perdido! ¡ya estará muerto, muerto! yo voy a salir también, a recorrer las comisarías, y las calles... Vete, vete. Don Pablo dejaba hacer, como un maniquí, sin hablar. Y a empujones, la hermana le echó fuera.

Sólo algunas fajas y tiras de pañuelos obscuros pendían de los balcones, balanceándolas el aire como sogas de ahorcado. El escaparate tenía un aspecto de vetustez y abandono; el polvo de tres días sombreaba los vivos colores de las telas; y hasta el emblema de la casa, aquel maniquí vestido de labradora, parecía mirar al través de los cristales la extensa y alegre plaza con ojos de muerto.

Era aficionado a los caballos. ¡Ah! la equitación, un gran ejercicio. El Duque comprendía muy bien aquella afición. ¿Los caballos que tenía, eran del país o extranjeros?... Hacía todas aquellas preguntas de un modo distraído, con sonrisa de maniquí, apresuradamente, como si estuviese recitando una lección.

Llegaba tarde al paseo, daba tres o cuatro vueltas, y cuando ya se sentía bastante envidiada, a casa, sin dignarse jamás pasar los ojos sobre ningún individuo del sexo fuerte en estado de merecer. Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniquí cargado de artículos de moda, que sólo divertía a las señoritas. «Era una gran proporción» en quien no había que pensar.