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Actualizado: 8 de julio de 2025
Todas estas tradicionales, artísticas y pintorescas manifestaciones de la piedad religiosa encantaban más a don Andrés que al más sencillo devoto de todos los habitantes de Villalegre, y por su gusto no se suprimía nada, sino que se aumentaba y se mejoraba bastante.
La ostra era una de las primeras manifestaciones de vida en el planeta, una de las primitivas formas de la materia orgánica, flotante aún, incierta y desorientada en su evolución, sobre la inmensidad de las aguas.
Aun a solas con su novia, no se desarmaba, y su conversación se refería generalmente a todas las manifestaciones de la vida elegante y del sport. Las primeras palabras que dirigió a la joven no eran las más apropiadas para animarla a abrirle su corazón, como se había propuesto.
Y se hizo abogado en unos cuantos años de estudiar regularmente y de asistir a cátedra con bastante puntualidad, sin pedir, por iniciativa propia, más vacaciones que las de reglamento, ni perorar en los motines universitarios, ni fomentar huelgas ni manifestaciones escolares de ninguna especie, aunque obligado a servir de comparsa en las que le tocaron en suerte.
Con modesta timidez, que de su ancianidad se originaba, el Barón empezó con suavísimo tiento y cautela a mostrarse enamorado de mí, pero sin persistir en sus manifestaciones para no cansarme, refrenando su vehemencia para evitar mi enojo, y haciéndolas, cuando las hacía, como por un arranque involuntario y muy a despecho suyo.
Vamos, Cachucha, dijo el abuelo, observando las pacíficas manifestaciones del perro envaina ese sable que amenaza nuestras cabezas. El perro no está rabioso: son otros los síntomas que presentan esos pobres animales cuando se hallan atacados de esa terrible enfermedad. Verás lo que tiene.
La hija era un ser insignificante, sin otra belleza que la frescura de su juventud, morena, ocultando tras la mansedumbre servicial una inteligencia más obtusa que la del padre, sin otras manifestaciones que la devoción y los escrúpulos en que la habían educado.
Es increíble el número de imprentas y librerías que hay en esa ciudad, al servicio de todas las lenguas, de todos los espíritus, de todas las formas literarias, de todos los partidos, de todas las manifestaciones de la vida intelectual de Europa.
Y la muchacha iba ascendiendo a personaje político. En la ciudad comenzaban a conocerla, y hasta oyó una vez, al pasar por la calle Mayor, que murmuraban en un corrillo de hombres: «Esa es la cigarrera guapa que amotina a las otras». En su barrio todos la embromaban: el mancebo de la barbería pronunciaba un festivo «¡Viva la República!» siempre que Amparo cruzaba ante su puerta; y la señora Porreta murmuraba con voz cascajosa y opaca: «Salú y liquidación sosial». Si alguien cree que fue rápida la metamorfosis de la niña callejera en agitadora y oradora demagógica, tenga en cuenta que más prontamente aún que la Fábrica de tabacos de Marineda, se gaseó la nación hispana. Ni visto ni oído. Contaba la Gloriosa menos de un año, y ya nadie sabía a qué santo encomendarse, ni a dónde íbamos a parar, ni dónde dar de cabeza. Abundaban las manifestaciones pacíficas, acabando siempre como el rosario de la aurora. En la frontera, agitación carlista; el Gobierno interna que te internarás, y los internados acá, volviendo a meterse en España media legua más allá, mientras en Madrid se fabricaban activamente, y sin gran reserva, fornituras, arneses y mantillas, que en los ángulos lucían una corona y las iniciales C. VII, y en Vitoria recorrían las calles grupos de jóvenes con boina blanca y garrote en mano, victoreando a las mismas iniciales. A bien que en Puerto Rico la guarnición aclamaba otras cosas, y en
No son bastantes, ciudades populosas, opulentas, magníficas, para probar la constancia y la intensidad de una civilización. La gran ciudad es, sin duda, un organismo necesario de la alta cultura. Es el ambiente natural de las más altas manifestaciones del espíritu.
Palabra del Dia
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