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Fausto, con todo el ardor y el ímpetu de su renovada juventud se apasiona de la sencilla y linda muchacha, y quiere lograrla pronto, sin que le arredren obstáculos ni reflexione en malas consecuencias.

Las madres jóvenes se arrellanaban en sus asientos y abrían el ángulo de las abultadas piernas, como para ofrecer mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las mujeres con belicosa resolución. «¡Que viniesen aquellas malas almas!... Se dejarían hacer pedazos antes que moverse de su sitioFebrer vio brillar algo en un camino que conducía a la iglesia.

Muchas solteronas y no pocas señoras ancianas, son asiduas a sus jueves. Los caballeros son escasos, por el contrario, y la juventud no se muestra más que para . Mis amigas y yo formamos en el salón un grupo especial llamado el «rincón de las malas cabezassegún una frase de cierta amiga de la abuela.

El carácter del hijo del brigadier nunca pudo modificarse, ni por las buenas ni por las malas; últimamente ya se había renunciado a corregirle y se le castigaba únicamente cuando las travesuras subían de punto.

-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

Luisita, con tener un marido que, si no hace buenas acciones yéndose al Jockey todas las noches, hace grandes acciones regalándote collares como éste. Es posible que ambas acciones sean malas; pero esto pertenece al dominio de los economistas, donde no quiero meterme.

Es una pinturera, eso , y me enreda mucho. Como que nació y se crió entre mujeres malas, que la enseñaron a fantasiar y a ponerse polvos en la cara. Cuando va por la calle, hace unos meneos con el cuerpo que... ya le digo que la deslomo, si no se le quita esa maña... ¡Ah!, ¡verás , verás, bribonaza!

D. César hizo un signo imperativo á Regalado para que se acercase. ¿Qué noticias hay de los señores? le preguntó. Regalado, que estaba alegrísimo y tenía en el cuerpo una razonable cantidad de sidra, quiso poner la cara triste de repente; pero no resultó más que una mueca odiosa, inadmisible, que no podía convencer á nadie. Muy malas, D. César, muy malas.

Simoulin se mostraba insensible á las malas noticias. Eran, según él, invenciones de los enemigos. Pero ¡ay! la realidad se encargó de despertarle un día, con rudo manotazo. Los alemanes se habían extendido por Bélgica é iban á pasar de un momento á otro la vecina frontera, entrando en Francia. Muchos vecinos de la ciudad huían.

Recogió a Cristeta una tía, casada, hermana de aquélla, que tenía estanco en uno de los sitios más céntricos de Madrid; y aunque las malas lenguas del barrio dijeron que el amparar a la huérfana fue arbitrar medio de tener persona de confianza que ayudase al despacho, es lo cierto que no sólo no sufrió malos tratos la niña, sino que hasta fue acogida con cariño y enviada a la maestra, donde aprendió a leer, escribir, contar, bordar y coser, pasando luego a encargarse del mostrador, hecha ya una mocita muy mona, y tan lista, que jamás se equivocaba en dar las vueltas, ni recibía moneda falsa, ni trabucaba los sellos de las cartas.