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Esa pretendida exactitud fotográfica es el grande engaño del arte, la gran prueba del poder mágico del artista: sus personajes no están en la realidad, pero pueden estarlo, son humanos; nos parece que viven y respiran; son la idealización de una clase entera, la realidad idealizada.

Todo aquello es dulcemente sombrío, y el viajero que pasa como una exhalacion en alas del vapor, se imagina ver la isla de Calipso, con su primavera eterna, ó un huerto aéreo que la mano de una hada misteriosa va mostrando tras del lente mágico, cual un cosmorama inasible y movedizo. ¡Qué bosque aquel!

Pero, aunque no lo manifestase, estas visitas le turbaban. Únicamente cuando traían a su hijo olvidábase de la obra que tenía entre las manos, como del resto del mundo; lo estrechaba contra su corazón, lo besaba con frenesí y parecía que de aquel contacto mágico sacaba nuevas fuerzas y nueva inspiración. Una tarde Rivera y Carlota llegaron al taller.

La mitad es debida al juego teatral de los espejos interiores; debida á la mágia parisiense. Aquí todo tiende á ser mágico; hasta la bota con que pisamos el lodo inmundo: la misma bota, el mismo zapato, la humildad aplicada al vestido del pié, lleva aquí detrás su cortejo, su galantería; au soulier galant.

¡Qué cuenta tan larga... proseguía la oradora, animándose al ver el mágico y terrible efecto de sus palabras... , qué cuenta tan larga darán a Dios algún día esas sanguijuelas, que nos chupan la sangre toda!

¿No te parece que dejemos la caza para cuando él venga? Subamos mientras tanto al lago; no me canso de verlo. En la primer cabaña que encontremos podemos dejar dicho dónde estamos... El mayordomo lo halló todo muy bien, y siguieron andando. La selva ofrecía un aspecto mágico.

Salud, gran rey de la rebelde gente, salud, salud, Pepillo, diligente protector del cultivo de las uvas y catador experto de las cubas». A cada instante era el poeta interrumpido por los aplausos, las felicitaciones, las alabanzas, y vierais allí cómo por arte mágico habíanse confundido todas las opiniones en el unánime sentimiento de desprecio y burla hacia nuestro rey pegadizo.

Disimulando su enojo con una sonrisa, dijo entonces la muchacha: ¿Y qué palabra es esa que he de pronunciar? ¿Qué conjuro es ese que ha de poner en mis manos por arte mágico tan pasmosas riquezas? ¿Quién es el hechicero que acudirá a mi evocación y que será tan generoso conmigo?

Feli permanecía inmóvil, sonriendo con femenil complacencia, gozosa de que su novio la viese tan bella. Sentía la caricia del rayo mágico de sol; entornaba los ojos, cegada por la ola de colores que palpitaba en sus ropas y su carne. El halago de la coquetería disipaba su miedo al cementerio, con esa facilidad que tienen las mujeres para el olvido cuando se sienten acariciadas en su vanidad.