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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Era unitario puro, aunque llevaba el chaleco rojo de los federales, pues él decía que para andar entre lobos, es preciso disfrazarse de tal, y tan bien le salió la práctica de este consejo, que salvó piel y fortuna y vino a morir, ya anciano, en olor de millonario.

Juan Claudio, convencido de que no podía hacerle entrar en razón, se alejó apresuradamente; pero el loco, poseído de violenta cólera, descargó sobre sus espaldas estas extrañas palabras: ¡Huldrix! ¡Desdichado de ti! Tu última hora se acerca; tu cuerpo servirá de pasto a los lobos.

No se la comerán los lobos respondió ásperamente. "¡Malísimo!" tornó a decirse Emilio. En efecto, Irenita dirigiendo ojeadas de temor y ansiedad a su mamá y su marido, se metió sola en su berlina, mientras ellos subían a la de la primera.

Cual dice: "no viniera tanto daño, Si fuera aquesta cosa bien pensada:" Cual dice, que la causa de este engaño Procede de la hambre acobardada: Cual dice, que la suerte de esta vida Está á aquestas caidas sometida. Pues, quien perdiò el amigo y el hermano Levanta hasta el cielo los gemidos, Y dice con dolor!: "¡Pueblo cristiano En manos de los lobos desambridos!

Apenas entramos al cementerio, echamos los cerrojos de sus pórticos, para que los famélicos lobos innumerables quedasen al otro lado. Sus aullidos formaban un trueno infinito. Tuvimos que echar a vuelo todas las campanas del cementerio, las colosales campanas de bronce del cementerio, para cubrir el trueno de sus aullidos.

Los perros salvajes, llamados dingos, se parecen más a las zorras que a los lobos. Son fuertes y fieros, y cuando están reunidos no le temen al hombre. Si huían era, sin duda, porque no se tenían allí por seguros.

Obtenido pan y vino, hacía falta el aceite. Probablemente lo pensó así don Antonio de Ribera, y al embarcarse en Sevilla en 1559 cuidó meter a bordo cien estacas de olivos. Don Antonio de Ribera fué, en Lima, persona de mucho viso; como que tenía escudo de armas en el que había pintado dos lobos con dos lobeznos en campo de oro.

El desengaño le dejó confundido, y, no sintiéndose con aliento para pasar a la cuadra contigua, donde se hallaban los magnates y prelados, agazapose en el más obscuro rincón, entre un grupo de religiosos. El franciscano, arrimando su taburete, le dijo en voz baja: ¡Nonada habelles descubierto la madriguera a esos lobos!

Cada semana nos tocaban a rebato, y en una escurísima noche tuve yo vista para ver los lobos, de quien era imposible que el ganado se guardase.

A la una de la tarde mandé la chalupa con el piloto á la Punta de los Lobos, para que registrase los bajos, y viese si habia sitio á donde echar el caballo en tierra, á fin de reconocer la boca del Colorado por considerarme ya muy cerca de su desague. Al ponerse el sol tendí la ancla grande, por haberse puesto el horizonte de mal semblante.

Palabra del Dia

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