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Penumbras indecisas iban cayendo sobre la procesión, y ésta avanzaba al compás de una música continua, gemebunda; cuando al cabo de un recodo la pendiente, brusca, se empinaba, los hombres que llevaban las andas se detenían, para sostener con un brazo la Virgen oscilante, y entonces sobre la cabellera renegrida el disco de oro relucía.

La costa se había borrado en la lejanía y la sombra había caído densa sobre el impetuoso Cantábrico, envolviendo al barco en el espíritu aterido y misterioso de la noche. Al lado del joven pensativo resonaron unos pasos, que llevaban el compás, gratamente, a una linda barcarola. Salvador volvió la cabeza hacia aquel lado y aguzó en la oscuridad su mirada.

Este venía delante con faja de capitán general sobre el arlequinado traje, y tan estirado, satisfecho y orgulloso, que no se cambiara por Godofredo de Bouillón entrando triunfante en Jerusalén. Ni él ni los demás llevaban corazas, pero cruces en el pecho; y en cuanto a armas, cuál llevaba sable, cuál espadín de etiqueta.

Sus padres eran obreros modestos. Una tarde llegaron á la ciudad varios artistas de aquellos que á mediados del siglo XVIII llevaban á través de Europa, y sobre una carreta, la alegría pícara de sus almas ingraves.

Se vió de pronto sentado como un extraño ante su propia mesa, comiendo en los mismos platos que empleaba su familia, servido por unos hombres de cabeza esquilada al rape que llevaban sobre el uniforme un mandil á rayas.

De su propia ropa no se diga: en pleno invierno andaba por las calles sin abrigo ni capa, respetado de las pulmonías, protegido sin duda contra ellas por el fuego interior de su perversidad. Ya no sabían Doña Paca y Benina dónde esconder las cosas, pues temían que les arrebatara hasta la camisa que llevaban puesta.

El mediquillo vestía pantalón muy ajustado y combinaba sabiamente los cuernos que entonces se llevaban sobre la frente con los mechones que los toreros echan sobre las sienes. Su peinado parecía una peluca de marquetería. Se llamaba Joaquín Orgaz y se timaba con todas las niñas casaderas de la población, lo cual quiere decir que las miraba con insistencia y tenía el gusto de ser mirado por ellas.

Eran hembras que podían ir solas por el mundo, sintiéndose capaces de interrumpir los arrebatos de pasión con golpes de boxeo. Algunas había visto él en sus viajes que llevaban en el manguito, o en el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pañuelo, un diminuto y niquelado revólver. Miss Mary le hablaba del lejano archipiélago oceánico en el que su padre era algo así como un virrey.

Unos procedían de lejanos departamentos: habían oído el cañón, habían visto aproximarse la guerra, y llevaban varios días de marcha á la ventura.

Las más modestas pasaban de treinta mil francos anuales. El tipo medio era de doble cantidad. Alteza, habrá que hacer una revisión decía el administrador. Miguel examinaba la lista de nombres, vacilando ante algunos. No podía recordar bien las personas que los llevaban. Luego sonreía, paladeando ciertas visiones despertadas en su memoria.