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Llegamos a la tienda de «La Legalidad». ¿Entras? me dijo. ¿Quieres un refresco? No; voy a tomar chocolate con las tías, y luego a casa de don Carlos. ¿A qué hora saldrás de allá? Después de los fuegos, o, si puedo, antes. Te aguardaré en la esquina de la parroquia. Pasa por a la casa del señor Fernández. No.... ¿Por qué no?

Era bastante tarde, cuando llegamos al castillo; sin embargo, mi tío llamó a Blanca a su despacho diciéndole que tenía que hablar con ella muy seriamente. Y yo me acosté, llorando con todas mis fuerzas, y con la convicción de que la espada de Damocles pendía sobre mi cabeza. Desde algún tiempo atrás, Juno se había hecho más íntima conmigo.

Llegamos al fin, y después de saber a la puerta de mi casa, por Chisco, que no había novedad arriba, despedímonos el médico y yo «hasta luego», y continuó él andando hacia la suya. No había que pensar ya en nuevas excursiones por la montaña: con la última se habían agotado mis fuerzas y colmado la medida de mi poco exigente curiosidad.

6.º Con relacion al arte. 7.º Con relacion á la familia. 8.º Con relacion á cosas que verá el curioso lector. =Moralidad de Paris con relacion á la ley=. Llegamos á Paris á las tres de la tarde, y no faltaba mucho para oscurecer, cuando entrábamos en un hotel, llamado de los Extranjeros, á tiro de pistola de los magníficos bulevares.

Esto sólo lo hemos alcanzado merced al refinamiento y educación de los siglos. Existe en nosotros una dilatada tradición. ¿Qué sucederá si llegamos á fenecer? No han nacido aún los que deben reemplazarnos.

Nos sobrecoge el frío, sea cual fuere el ardor de las pasiones que nos animan; nos sentimos inclinados a creer lo peor, nos pesa haber emprendido el viaje y quisiéramos retroceder. La impresión es tanto más penosa cuando ya no estamos solos y llegamos a un país menos conocido.

A los nueve dias, entre diez y once, llegamos á un pueblo de la nacion Urtuesa, y entramos en él á las doce.

Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola, de su mente aparté las inquietudes y sus zozobras disipé profundas, y convencerla que siguiera pude. Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca llegara! Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba, ¡la tumba de tu pálida Ulalume!

Volviéronse á juntar los Cários en gran número, y pusieron su ejército cerca de un áspero bosque, para ampararse en él si perdian tambien este pueblo. A las cinco de la tarde llegamos, persiguiendo los Cários, hasta Acaraiba, y sitiámosle: sentando los ataques en tres parages, y dejamos centinelas en el bosque.

De hondonada en hondonada, y caminando siempre entre una salvaje y exuberante vegetación, entre la que de trecho en trecho se elevaba alguna que otra casita, morada de sementereros ó abrigo de viajeros, llegamos á la altura del puente de la Princesa, en la que un fuerte olor á huevos podridos nos indicó la presencia en aquellas cercanías de algún manantial sulfuroso.