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Por aquel escabroso camino, en que sólo nos restaba que andar algunos pasos, llegó Carlos V á su final retiro el día 3 de Febrero de 1557, y por el propio sendero pasó su cadáver, después de haber yacido allí algunos años, para ir á continuar su sueño eterno en el panteón de El Escorial.

Pues a no ha de pasarme lo que a don Enrique el Doliente que, no embargante ser rey y de los tiesos, llegó día en que no tuvo cosa sólida que meter bajo las narices, y empeñó el gabán para que el cocinero pudiera condimentarle una sopa de ajos y un trozo de jabalí ahumado. Que me llamen a don José Antonio.

Don Mariano, antes de responder, se palpó con aire distraído todos los bolsillos de la ropa, y no hallando lo que buscaba, dirigió la vista hacia un rincón de la sala. Martita, ven acá. Una niña que estaba sentada en el extremo de un diván, sin hablar con nadie, llegó corriendo.

Sin detenerse un instante mandó embarcar los pocos soldados que llevaba, y á las dos de la mañana llegó á acabar de pasar aquel rio caudaloso, é inmediatamente fué en busca de los enemigos, que favorecidos de la obscuridad de la noche, se habian retirado á mayor distancia.

Deslizándose suavemente llegó al borde, y vio allá sobre el fondo verdoso su imagen mezquina, con los ojuelos negros, la tez pecosa, la naricilla picuda, aunque no sin gracia, el cabello escaso y la movible fisonomía de pájaro. Alargó su cuerpo sobre el agua para verse el busto, y lo halló deplorablemente desairado.

Cuando modificó su primer propósito y apeló á este medio de darlas á conocer al público, parece que no quiso tan sólo que las leyesen los aficionados, y que esperaba, una vez conocidas, que fuesen también representadas: ¡vana esperanza que, como sabemos, no llegó nunca á realizarse! . Ninguna obra de Cervantes fué, sin embargo, menos leída que estas comedias.

Llegó la noche, acocotaron la mula, y enterráronla de modo, que quedó seguro Andrés de ser por ella descubierto; y también enterraron con ella sus alhajas, como fueron silla, y freno, y cinchas, a uso de los indios, que sepultan con ellos sus más ricas preseas.

Por fin llegó un día en que vio de cerca a una cómica, y no de las que andan de pueblo en pueblo trabajando a partido, sino de las que triunfan en Madrid y pagan a su modista cuentas que importan miles de pesetas. Había entrado un poeta en el estanco, le vio la comedianta, que en aquel momento pasaba por la calle, y, deseando hacerle algunas preguntas, entró tras él.

Una vez libre de cruzar las aguas del lago, en las cuales llegó á enseñorearse, á fines de Junio, y mientras el general Francisco Estéban Gomez, por enfermedad de Montilla, se dirigia contra Maracaibo, Morales reforzaba su escuadrilla con dos goletas que el capitan Laborde traia de Curazao.

En una época de nombramientos de intriga, de complacencias palaciegas, para aplacar las quejas de la opinión se buscó un santo a quien dar una mitra y se encontró al canónigo Camoirán. Llegó a Vetusta echando bendiciones y recibiéndolas del pueblo. Con gran escándalo de su corazón sencillo y humilde se contaban maravillas de su virtud y casi le atribuyeron milagros.