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Y esto no por otra causa sino porque su dueño era el agricultor más inteligente de Laviana y aun de todo su partido. ¡Quién lo diría de un hombre tan aficionado á los placeres urbanos y á las artes imitadoras! La necesidad hace ley. D. César, nacido para los salones y las academias y los teatros, nunca había poseído medios de vivir en la capital.

Luego envió emisarios á las Meloneras, á los Tornos y á Navaliego. Después bajó á oir misa á Tolivia. Á las tres de la tarde se reunían en las afueras de esta aldea hasta cincuenta mozos de los altos de Villoria, la flor de la juventud montañesa del valle de Laviana, y emprendieron la marcha hacia la romería del Otero. ¿Por qué tan tarde?

En la pomarada del capitán, debajo de los árboles, se había colocado una mesa á la cual se sentaban hasta una docena de comensales. Procedían casi todos de la Pola. Sin embargo, había un ingeniero de Madrid y un químico belga. Pocos días hacía que habían llegado á Laviana para dirigir los trabajos de las minas recién abiertas sobre la aldea de Carrio.

Aquí se ejercitaban los hombres en el juego de bolos, combatiendo seis mozos de la Pola con otros tantos de Entralgo. Los demás, interesados en la partida, miraban sentados en los maderos que por allí había diseminados. Entre ellos estaba una cuadrilla de mineros que de luengas tierras había traído la empresa que comenzaba á beneficiar los ricos veneros de Laviana.

Demetria guardó silencio también. Después profirió con firmeza: ; me atrevo. Pues ya está dicho todo exclamó el mancebo recobrando su carácter resuelto. Mañana bien temprano tomamos el camino de Laviana. Mañana no; esta noche. De día llamaríamos demasiado la atención y nos detendrían. Nolo quedó admirado, aunque ya conocía el valor y la firmeza de su amada en los casos difíciles.

Allí lucía de nuevo su primor y gentileza Quino, el más prudente y astuto de los hijos de Laviana. Su pareja ya no era Telva, como la noche anterior, sino Eladia. Con este arte maligno de tira y afloja tenía á las dos zagalas rendidas, deshechas de amor. Pero en aquel instante más que de su pareja se cuidaba de mirar con recelo la actitud de los de Lorío.

Cuando hubieron comido y bebido según su apetito, Quino, el más prudente y el más ingenioso de los hijos de Laviana, tomó la palabra y dijo: Dios te guarde, Nolo, y á tus padres y á tus hermanos. San Antonio guarde también al ganado que tenéis en la cuadra.

La tarde declina y mi mano cansada se niega á sostener la pluma. ¡Oh valle de Laviana! ¡oh ríos cristalinos! ¡oh verdes prados y espesos castañares! ¡Cuánto os he amado!

Demetria se puso colorada. Es más viejo que D. Antero prosiguió Flora y es más rico también... y más llano... y más campechano y amigo de los pobres... ¿Es de Laviana? , de Laviana. ¿Es de la Pola? ¡Anda! Si te digo eso ya lo tienes acertado... Pero, en fin, te lo diré, pues de otro modo llevas traza de no acertarlo en la vida... No, no es de la Pola. Demetria volvió á quedar pensativa.

Todos se alegran de que el capitán no los haya abandonado por los deleites de la ciudad, como habían hecho otros propietarios de Laviana. D. Félix Cantalicio Ramírez del Valle vestía en aquel momento su gran uniforme de teniente coronel de la Guardia Real. Es hora ya de decir que el capitán de Entralgo no era capitán.