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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Entre ellas el Canto á la derrota del Quebracho, la Muerte de Zacarias Alvarez, la Elegía á Lavalle, El Grito de Alarma en 1841 y su composicion Al 25 de Mayo en 1844, durante el sitio de Montevideo, son verdaderas páginas históricas llenas de vida, en que las heróicas pasiones de sus contemporáneos acompañan el canto varonil del poeta.

Ante tan lúgubre cuadro, estremecíase ligeramente el cura y se iba a paso rápido y breve, sin dignarse responderme. Cuando su descontento llegaba al apogeo, me llamaba señorita de Lavalle. Este ceremonioso nombre era la más viva manifestación de su enojo, y yo sentía remordimientos hasta que le volvía a ver de nuevo con los cabellos al viento y la sonrisa en los labios.

No primo, exactamente dijo el cura narigueando su rapé con júbilo; el señor de Pavol es sólo tío político de Reina; su esposa era una señorita de Lavalle. No importa exclamó el señor de Couprat, no renuncio a nuestro parentesco. Mucho más, cuanto que si se buscase bien, se encontrarían matrimonios entre mi familia y la de los de Lavalle.

Un rezagado que acierta a pasar, el granadero desmontado, préndese a la cola del caballo, lo detiene en la carrera, salta a la grupa, y coronel y soldado se salvan. Llámanle el Boyero, y este hecho le abre la carrera de los ascensos. En 1820 sacábase un hombre ensartado por ambos brazos en la hoja de su espada, y Lavalle lo ha tenido a su lado como uno de tantos insignes valientes.

Este mismo Bárcena era el jefe de la mazorca que acompañó a Orive a Córdoba, y que en un baile que se daba en celebración del triunfo sobre Lavalle, hacía rodar por el salón las cabezas ensangrentadas de tres jóvenes cuyas familias estaban allí.

Es una reina altiva, mientras que la señorita de Lavalle es una deliciosa princesita de cuentos de hadas. Princesa, esa es la palabra; se ve en toda ella la raza, y lo que chocaría en otras, en ella es encantador. Se susurra que es cosa decidida el matrimonio de su prima con el señor de Couprat. Así he oído decir.

Mirábame el cura con aire de reproche, y la señora de Lavalle paseaba sus miradas sobre los diversos objetos que yacían sobre el mantel, evidentemente con la tentación de tirarme con alguno a la cabeza.

En el café de la Comedia estaban algunos de estos héroes de la época, y brindaban a la muerte del general Lavalle; Navarro, que los ha oído, se acerca, tómale el vaso a uno, sirve para ambos, y dice: «¡Tome usted a la salud de LavalleDesenvainan las espadas y lo dejan tendido. Era preciso salvarse, ganar la campaña, y por entre las partidas enemigas, llegar a Córdoba.

Sabe allí que la guerra del Brasil va a principiar, y dejando a sus amados salvajes, sienta plaza en el ejército en su grado de alférez, y tan buena maña se da y tantos sablazos distribuye, que al fin de la campaña es capitán graduado de mayor y uno de los predilectos de Lavalle, el catador de valientes.

¡Ay, primo! ¿de qué vale la opinión de una campesinilla, reducida a la sociedad de un cura, una tía áspera y una cocinera díscola? ¿Es decir, que no me otorgabais vuestras simpatías nada más que por no ser cura, y tener una cara menos marchita que la de la señora de Lavalle? Lo habéis dicho, primo.

Palabra del Dia

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