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Es indescriptible la cólera que se apoderó de los espectadores. Si hubiera sido otro torero, hubiera pasado con una silba, grande o pequeña; pero haber concebido la esperanza de ver a un antiguo maestro toreando por el sistema de Montes y venir a la plaza a presenciar aquella ignominia, esto ponía fuera de a los aficionados. ¡Qué gritería, cielo santo! ¡Qué injurias! ¡Qué lamentos!

Un nuevo personaje se mezcló en esta escena violenta. Era el señor Antonio el Morenito, apiadado de los lamentos de aquellas gentes y furioso de la dureza de los alemanes. ¡Por vía e Dió! Esto es pior que la Inquisisión... Y esto quien lo arregla e un servior, aunque er buque se vaya a pique.

Escucháronse á la vez gritos de triunfo y lamentos, imprecaciones y vivas. Como dos ríos impetuosos que caen de la montaña y sus aguas se tropiezan en el valle con fragoroso estruendo que se oye á lo lejos, así los dos ejércitos rivales cayeron el uno sobre el otro. Igual furor los anima: el mismo deseo de gloria agita sus corazones.

Quiero significar que su sobrino de usted tiene una apoplegía fulminante. Don Acisclo, que amaba a su sobrino, que le consideraba como el complemento de la gloria de su familia, de la que él era el otro complemento, tuvo un sincero y hondo dolor, y estimuló con súplicas y lamentos el celo del médico. No necesitaba éste de estímulos.

36 Y cuando él acabó de hablar, he aquí los hijos del rey que vinieron, y alzando su voz lloraron. Y también el mismo rey y todos sus siervos lloraron con muy grandes lamentos. 37 Mas Absalón huyó, y se fue a Talmai hijo de Amiud, rey de Gesur. 39 Y el rey David deseó ver a Absalón; porque ya estaba consolado acerca de Amnón que era muerto.

El gobierno, como de costumbre, había enviado fuerza armada para cortar los lamentos de estos pordioseros de autoridad y llegaron a Jerez nuevas fuerzas de guardia civil, dos compañías de infantería de línea y un escuadrón que se unió a los jinetes del depósito de sementales. Las personas decentes, como las llamaba Luis Dupont, sonreían con beatitud al ver en las calles tantos pantalones rojos.

A sus lamentos, acudieron Pampa y la genovesa... En el comedor, la tía Silda echó sobre los hombros de don Pablo el sobretodo, le puso el sombrero de través, y le dió el bastón, por la contera.

Sin embargo de ello, se dejaban sentir unos lamentos tan tristes, que todo el mundo creyó haber acontecido mayor desgracia; pero tales duelos y lastimerías no eran más que los sollozos de la Bermúdez y los gritos del usurero: de aquélla, por otras tocas que acababa de perder, y de éste, por mirarse roto y manchado en todas las galas.

Como deseaba al mismo tiempo desembarazarse de ellos, se dirigió á la orilla del mar y, echando atrás su brazo para que el impulso fuese más grande, los arrojó en el vacío. Lo mismo que dos piedras atravesaron la obscuridad, perdiéndose sus lamentos en el sonoro chapoteo de su caída. Lo que hizo el Gentleman-Montaña para que Popito no llorase más

Al principio se negó resueltamente, exhortándoles á sufrir aquellas incomodidades y trabajos por amor de Dios; mas no cesando las palabras, los lamentos, las quejas y aun también las amenazas de dejarle sólo á la discreción de tantos bárbaros que habitaban á lo largo de la costa, le fué necesario condescender con ellos.