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Actualizado: 27 de junio de 2025


El casamiento había sido en Londres, uno de esos matrimonios rápidos como se ven en las cintas cinematográficas, y para el cual sólo son necesarios un sacerdote que lea el libro santo, dos testigos y algunos papeles examinados á la ligera. Acabó el español por arrepentirse de tantas dudas.

El rey de la casa era un señor rubio que desde los bancos de la oposición se divertía molestando al jefe del gobierno: un diputado eterno con fuerzas para hablar tres días seguidos. Rafael había oído ponderar la concisión y la claridad de la oratoria moderna en los parlamentos de Europa. Los discursos de los jefes de gobierno en París o Londres llenaban media columna de un periódico.

Segun una memoria publicada en Lóndres en enero de 1857, las personas que viajaron por el Támesis en todo el año de 1856 fueron en número de cuatro millones.

Cuanto más flagrante es el escándalo respecto a alguna «impropiedad» bien dorada, mayor es el aliciente de comer en su compañía, y, si es posible, a su lado. ¡Tal es hoy la tendencia y el modo de ser de la sociedad de Londres!

Si hay un estado que exija mayor dignidad ó estimacion de mismo para soportarlo, es el de la pobreza. El indigente debe llevar en su exterior la lógica de su indigencia, que es su dignidad. Pero eso no sucede en Lóndres, la tierra clásica de la librea y la ostentacion.

Temiendo descubrir el secreto que sólo yo poseía, arriesgaba temblando y con reserva algunas preguntas sobre Carlos. Su nombre era desconocido; nadie había oído hablar de él; y en España, como en Londres, todo el mundo ignoraba que existiese Carlos Broschi. »Partí, al fin, cuando me sentí con fuerzas para soportar las fatigas del viaje.

Dos meses después escribió desde Inglaterra diciendo que había comprado el Fingal, vapor-correo de tres mil toneladas, que hacía el servicio dos veces por semana entre Londres y un puerto de Escocia. Ulises se mostraba entusiasmado por la baratura de su adquisición.

Empezamos a entrar en Londres, estamos ya en ella y la máquina no disminuye su velocidad; a nuestros pies, millares de casas, idénticas, rojizas; vemos venir un tren contra nosotros; pasa rugiendo bajo el viaducto, sobre el que corremos. Otro cruza encima de nuestras cabezas, todos con inmensa velocidad.

No recuerdo haber visto tantos curiosos desde el día en que recorrí las calles de Londres acompañando á mi prisionero el rey de Francia. Un mar de cabezas cubría por completo la vasta llanura que se extendía desde la Puerta del Norte hasta los primeros viñedos del este de la ciudad y hasta las orillas del río.

El aspecto de las principales calles de Lóndres es magnífico: el movimiento de los miles de carruajes de todas especies que inundan la poblacion, el inmenso gentío que pulula siempre en todas direcciones y por todas partes; sus millares de tiendas, todo el conjunto de tanta vida comercial, ofrece algo de maravilloso é imponente.

Palabra del Dia

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