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Actualizado: 27 de junio de 2025
Sentía salir de Londres precisamente por ser el centro de maquinaciones anti-españolas que en Francia no había medio de igualar, y salía por la voluntad decidida del Conde de Essex de que allá le sirviera de instrumento, según le había servido hasta entonces.
Todas las mercaderías quedaron reducidas al mas mezquino aprecio. La vara del paño de Echillon valia sesenta maravedís, la del de Lombai i Bruselas cincuenta maravedís viejos: la escarlata de Gante, sesenta; i la de Ipre, ciento i diez: i por último, los paños de Montpeller, Bruselas, Lóndres i Valencia, sesenta maravedís viejos. Todo lo demás andaba en esta forma.
Lóndres tiene dos grandes aristocracias, á cual mas curiosa, que reinan en todos sus barrios: la nobleza, orgullosa en extremo, pero que, no obstante su orgullo, fundado en el nacimiento y la riqueza, tiene cierta elevacion de ideas debida á la instruccion y á la ingerencia activa en los negocios públicos; y la aristocracia monetaria, familia de banqueros y especuladores de bolsa, de comerciantes, fabricantes y usureros que, salidos de la nada, á fuerza de especulaciones laboriosas, cuando llegan á la opulencia suelen olvidar su origen, renegar la santidad del trabajo que les dió fortuna, y sentados sobre pilas de oro como sobre tronos invulnerables, miran con desprecio á veces á la multitud como un enjambre de viles insectos!
Sin citar los catalogados como tales en Londres, París y Viena, de los cuales dos o tres parecen suyos, hay uno en la Biblioteca Nacional de Madrid, que representa, visto de espaldas, un page que pudiera ser el que en Las Lanzas tiene por la brida el caballo de Spinola, y otro de un hombre con capa en la Academia de San Fernando.
Ocupémonos de Adolfito, el precoz funcionario, que no iba a la oficina sino cuando le daba la gana; que había encargado un velocípedo a Londres y había extendido él mismo la orden para que el administrador de la Aduana de Irún lo dejase pasar sin derechos, ¡qué rasgo de genio! «Tú irás muy lejos, niño», le dijo el jefe de Negociado.
Les dijimos que éramos de Londres, y que las casas de portazgos, por su relación con el antiguo medio de locomoción en lo pasado, siempre nos encantaban. Sí, eran días muy agitados aquéllos dijo en una voz más bien fina para aquel aspecto tan tosco.
Cuando llegamos a Londres, me manifestó el deseo de ver a la señora Percival, y como se negara a volver a vivir bajo el mismo techo con Dawson, la conduje al York Hotel, en la calle Albemarle; después, en el mismo coche, me encaminé a la plaza Grosvenor, informando a la señora Percival dónde estaba mi amada.
Por medio del «séptimo arte», un autor puede en la misma noche contar su historia imaginada á los públicos de Nueva York, Londres y París, á las muchedumbres cosmopolitas de los grandes puertos del Pacífico á los árabes que llegan á caballo al aduar del desierto donde funciona el modesto aparato del cinematografista errante, á los marineros que invernan en una isla del Océano Glacial y entretienen sus noches interminables con el relato mudo de las novelas luminosas.
Precisamente es necesario que no lo sepan, interrumpió muy bajo Tragomer. ¿Entonces, han traído ustedes á ese pobre muchacho? Está á bordo de nuestro barco. ¿En el Támesis? Delante de los Docks. Su madre y su hermana van á verle mañana mismo; para ello han llegado ocultamente á Londres, pues su presencia aquí daría mucho que pensar y sólo obrando misteriosamente podemos lograr nuestra empresa.
Las grandes calles. Costumbres diversas, Miseria y beneficencia. Contrastes dolorosos. Reflexiones sobre el pauperismo. Mi residencia en Lóndres fué tan corta que á decir verdad, no alcancé á ver sino los rasgos generales de su fisonomía.
Palabra del Dia
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