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¿Se acabó todo? respondió la viuda con el mismo tono quejumbroso y lánguido. , mi tía respondió con acento breve y deliberado el joven Arturo, que parece un mozo bastante satisfecho de mismo. Hubo una pausa; en seguida la señora de Saint-Cast sacó del fondo de su alma expirante esta nueva serie de preguntas: ¿Estuvo bueno? Muy bueno, tía, muy bueno. ¿Mucha gente?

La luz ya podía espaciarse libremente sobre su llanura húmeda corriendo leguas y leguas en un segundo, lanzando sus llamaradas a los últimos confines del horizonte o recogiéndolas de pronto en haz resplandeciente; ya podía jugar sobre las crestas espumosas de sus olas o besar tímidamente el espejo diáfano de las aguas o salpicarlo con menudo polvo de plata o dejarse caer desmayada con lánguido y voluptuoso estremecimiento que se perdía entre los pliegues de las olas.

Escuchábase el glu-glu cristalino del agua; la falúa oscilaba, dejando escapar una suave queja monótona. Los marineros habían levantado los remos, a nuestra instancia, y nos dejaban marchar arrastrados por la imperceptible corriente. Duró poco aquel sopor lánguido y voluptuoso que a todos nos había embriagado.

Entra el famoso D. Alfonso el Batallador con grande ejército en Andalucía, pónese á vista de Córdoba, causando tanto terror en los mahometanos, que abandonan sus haciendas y se encierran en sus fortalezas; y entonces los cristianos cautivos, como súbitamente libertados de un lánguido y peligroso desmayo, armados de sobrenatural energía, corren en tropel en busca del rey D. Alfonso, y con súplicas y lágrimas le piden se les lleve á su reino, pues mas quieren perder sus casas y bienes que la religion de sus mayores.

La impresión ante el cuadro no tiene aquella intensidad soberana de la que nace bajo el espectáculo de la montaña; el clima, las aguas, la verdura constante, el muelle columpiar de los árboles dan un desfallecimiento voluptuoso, lánguido y secreto, como el que se siente en las fantasías de las noches de verano, cuando todos los sensualismos de la tierra vienen a acariciarnos los párpados entreabiertos...

Siempre que entraba en la iglesia del convento sentía la misma embriaguez, una especie de somnolencia voluptuosa que penetraba en su ser como una caricia. De aquel coro venía un murmullo lánguido y tierno que le llamaba, invitándola a dejar los placeres del mundo por otros más dulces y misteriosos que había comenzado a gustar sin conocerlos aún enteramente. Jesús le había ya otorgado valiosos regalos en sus oraciones, pero no se entregaría por completo, bien seguro, no se olvidaría en los brazos de la esposa, no se daría todo

En tanto el lánguido Frasquito y la esmirriada Obdulia platicaban gozosos de cosas gratas, harto distantes de la triste realidad.

Me divisa al lejos, se maravilla al verme, detiene el paso, y enroscándose en mismo, se dijo: "¿Quién es aquel viento, el más débil de todos mis hermanos, que con su vuelo lánguido y perezoso se arriesgó a entrar hasta en mis estados hereditarios?"

El gabinete estaba envuelvo en la sombra: las ventanas parecían grandes ojos opacos que miraban por sus muros. Un enternecimiento suave y lánguido apoderose de su ser y la inundó de felicidad. Desapareció el temor. Entraba en ella la certidumbre de ser querida por Jesús, de ser la amada de un Dios.

Ella, en ese momento, se inclina sobre la cuna; el claror de la lámpara pone una línea de luz en el perfil de su cara y otro en la finura del cuello; inclinada así, su cuerpo parece más largo y más lánguido.