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Actualizado: 3 de julio de 2025
No hubo en todo el país un policía más valiente. ¿Qué puede temer un hombre que lleva en el pecho un talismán de plumas de caburé?... Cuando había algo difícil y peligroso que hacer, sus jefes daban siempre la misma orden: ¡Que llamen á Morales! En vano los rebeldes á la autoridad sacaban sus pistolas en tabernas y bailes. Antes de que disparasen, el mestizo se las arrebataba de un manotazo.
Sería, por tanto, exponer también el honor de estos jefes al ridículo universal, si Estados Unidos desautorizando su oficial y pública conducta se anexionara las islas por conquista.
Sin embargo, una tristeza profunda anudaba la garganta de aquellos valientes, y ora uno, ora otro, se detenían de improviso en su yantar, dejaban caer el tenedor y abandonaban la mesa diciendo: «Ya he comido bastante.» Mientras los guerrilleros reparaban así sus fuerzas, los jefes estaban reunidos en la sala inmediata para acordar las últimas disposiciones concernientes a la defensa.
De Mendoza debe reunírsele don Félix Aldao con un regimiento de auxiliares perfectamente equipados de colorado, y disciplinados; y no estando aún lista una fuerza de setecientos hombres de San Juan, Facundo se dirige a Córdoba con 4.000 hombres, ansiosos de medir sus armas con los coraceros del núm. 2 y los altaneros jefes de línea.
Un escudero palurdo, acabado de desembarcar, dijo otro. ¡Bonito sería que además de nuestros jefes viniera á darnos órdenes el primer muchachuelo que abandone á su mamá y se aparezca en Aquitania! ¡Por Dios, mis buenos señores! suplicó la joven en mal francés ¡amparadnos! ¡Impedid que estos hombres nos maltraten!
Como un galgo persigue al través de la verde llanura á la liebre que acaba de levantar entre la maleza, así el héroe de la Braña seguía y apretaba cada vez más al ilustre guerrero de Lorío. Los de uno y otro bando se mantienen suspensos y anhelantes contemplando la carrera de sus jefes, el uno fugitivo, el otro corriendo sobre sus pasos.
Y remataron su obra, engañando á los Jefes revolucionarios, mediante promesas de libertad, consignadas en un documento privado sin valor de ninguna especie, pues no estaban dispuestos á cumplirlas.
Numerosas y respetables familias, cuyos jefes sirven dignamente a la Administración pública, se autorizan diariamente el sabroso placer de ver pasar en procesión a las damas y caballeros que en Madrid gastan coche. La vida cortesana ofrece vivos y punzantes atractivos: el jefe de familia la encuentra demasiado agitada cuando llega a su casa.
Aunque rabies, espera un poco... Canción de Silvain, los Dragones de Villars, acto segundo, escena..., dijo Frecourt riendo. ¡Vaya! Ya se desató. Déjale, dijo Tragomer. Yo encuentro su música muy digestiva. En Texas, los jefes indios hacen que les canten canciones durante las comidas. ¿Oyes, Frecourt? Los salvajes. ¡Oh!
Ascendía á Roger de Flor á la dignidad de César, pero lo obligaba á volver atrás, intentando al mismo tiempo introducir la discordia entre los jefes de la expedición.
Palabra del Dia
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