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La algazara de la sala crecía, y por las palabras sueltas, los plácemes y exclamaciones que de ella hasta el cuarto de los Rufetes llegaban, así como por los olores culinarios que invadían toda la casa, se podía saber a qué altura andaba el festín. Se sintió sucesivamente la aparición del besugo, la del pavo, aclamado con palmoteo y vivas. Don José lo recibió cantando la Marcha real.

Al mismo tiempo que la geografía árabe hacía surgir tierras del Mar Tenebroso, la leyenda cristiana lo poblaba con islas no menos maravillosas. Cuando los moros invadían la Península derrotando al rey Roderico, una muchedumbre de cristianos, llevando a su frente a siete obispos, se había embarcado, para huir Océano adentro hasta dar con una isla en la que fundaba siete ciudades.

Es una mañana fría, y como ha llovido copiosamente toda la noche, una tras otra van regresando las barcas: todo está empapado, yerto; las ropas de aquellas gentes chorrean. Los tiernos niños también han pasado la noche en el mar. ¿Qué traen? Poca cosa. Sin embargo, se ha salvado la vida. Durante el gran ventarrón, las olas invadían la débil embarcación; la muerte ha mostrado su lívida faz.

Las arquerías que la dividian en tres naves nunca invadian el espacio destinado al coro, sino que la central y el presbiterio formaban con este una verdadera cruz latina. Cubríase el edificio con techumbre de madera y tejas planas, adaptando interiormente á los pares un entablado pintado, ó dejando descubierta la armadura.

Eran antes que todo creyentes: invadian los imperios con el objeto de hacer preponderar su ley, y aun despues de mil derrotas persistian con tenacidad en sus empresas, seguros de que habian de encontrar en el campo de batalla el camino del Paraiso.

Pero el alborotado arroyo que algunas horas antes había vadeado, estaba desbordado, y las aguas invadían los campos vecinos, de modo que se interponía entonces como rápido e irresistible río entre él y Rattlesnake-Hill. Por primera vez en aquella noche, sintió Federico el corazón oprimido.

Suavemente bajó la mano, no hasta su rodilla, sino hasta el mismo suelo, procurando, que el joven no sufriese rudos vaivenes en tal descenso. Luego se entregó á los barberos que invadían su cuerpo. Flimnap no iba á venir, y era inútil retardar la operación. Sintió cómo aquellos hombrecillos subían á la conquista de su rostro lo mismo que un enjambre de insectos trepadores.

Las olas invadían ya la parte delantera del buque, llevándose los objetos rotos por la explosión y los cadáveres despedazados. Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por algunos pasajeros, todos con su revólver en la diestra, iban reglamentando el embarco de la gente.

El polvo y el humo de carbón de piedra que invadían la villa y sus contornos, ensuciándolos y entristeciéndolos, iban desapareciendo del paisaje. La vegetación se ostentaba limpia y briosa: sólo de vez en cuando, en tal o cual raro paraje, se veía el agujero de una mina, y delante algunos escombros que manchaban de negro el hermoso verde del campo.

La casa era invadida; pero no como la invadían nuestros caballeros del siglo anterior, espada en mano, batiéndose con una turba de criados y dos docenas de alguaciles, sino astuta y solapadamente, engañando á las familias, abusando de la confianza ó encubriéndose con un disfraz ingenioso y á veces grosero.