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El planeta que había contemplado en el camino ya no lucía en el horizonte; se había ocultado, y nuevos astros invadían el cielo. Miraba también a su alrededor, admirando la hermosura bravía del bosque.

Después cada cual procuró resguardarse lo mejor posible de las miles de cucarachas que invadían la cámara, y después ... el sueño, el sudor y los insectos imperaban en la parte animada é inanimada de nuestro individuo. La faena del baldeo, el monótono y acompasado canto de la marinería, el ruido de la maniobra y los desesperados ladridos del perro, me despertaron en la madrugada del 11.

Y al fijar la mirada, obscurecida por las lágrimas en la luminosa corona, le parecía que por un nuevo prodigio su hermana muerta expresara los sentimientos que lo invadían; así como al través del espacio y del tiempo el pensamiento de la ausente llegaba hasta él, al través de la vida el alma de la difunta hablaba, repetía el consejo que sus oídos habían escuchado otra vez. «Ama y vive; creé y vive; espera y vive

A él, á Marcelo Desnoyers, le podía ocurrir lo mismo que á los infelices belgas si los bárbaros invadían su país. Tenía una casa en la ciudad, un castillo en el campo, una familia. Por una asociación de ideas, las mujeres víctimas de la soldadesca le hacían pensar en su Chichí y en la buena doña Luisa.

La Regenta sentía más la soledad con tal compañía; aquellos criados indiferentes, mudos, respetuosos, sin cariño, le hacían echar de menos la humanidad que compadece. Petra le era antipática. La temía sin saber por qué. Para tranquilizarse un tanto, cuando las congojas nerviosas la invadían, preguntaba a la doncella: ¿Anda don Tomás por la huerta?

El grato vientecillo nocturno acariciaba mi frente con sus perfumados besos. Aun brillaban en la Sierra los últimos reflejos del día, y mientras subían del valle los mil rumores de la naturaleza adormecida, las voces del río y el canto de los pájaros, me puse a contemplar el magnífico cuadro que tenía delante. Las sombras invadían poco a poco la ciudad.

Fuera de algún incidente con sus colegas labradores, que invadían su jurisdicción; del hastío de los días de lluvia que lo relegaban en cuclillas frente a la pava, la tarea proseguía hasta el sábado de tarde. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba al almacén a proveerse.

Los registros en las casas menudeaban como en tiempo de los españoles y las avanzadas de las fuerzas americanas invadían nuestras líneas, provocando á nuestros centinelas; en fin sería darle á este escrito una extensión desmedida si yo continuara relatando uno á uno los abusos y atropellos cometidos por la soldadesca americana en aquellas días de ansiedad general.

Hambre, humillación, vicios adquiridos, todo se borró en un segundo ante las ratas que salían de todas partes. Y cuando volvió por fin a echarse, ensangrentado, muerto de fatiga, tuvo que saltar tras las ratas hambrientas que invadían literalmente el rancho.

Cruzábanse por todas partes enhorabuenas y adioses, encargos y recomendaciones; y padres, madres, niños y criados, revueltos en confuso tropel, invadían todas las dependencias del colegio, rebosando esa satisfacción purísima del premio justamente alcanzado, del trabajo concluido, de la esperanza cierta de descanso; esa ruidosa alegría que despierta en el escolar de todas las edades la mágica palabra: ¡Vacaciones!