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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Vegallana tenía una gran pasión: la de «tragarse leguas», o sea dar paseos de muchos kilómetros. Le aburrían las intrigas de politiquilla. Era cacique honorario; el cacique en funciones, su mano derecha, Mesía. Don Álvaro era al Marqués en política lo que a Paquito en amores, su Mentor, su Ninfa Egeria.
La conversación era animada aunque reducida casi toda a la narración y comentario de las intrigas amorosas que se anudaban y se desanudaban en el círculo de sus conocimientos. Pepita Z * había entrado al fin en relaciones con el marqués de G *. ¡Cuánto tiempo le había estado despreciando! Como que esperaba que el duque de A * se rindiese a sus encantos.
Cuando tenía el sitio hecho un volcán de intrigas, de deseos, de cálculos y de murmuraciones, desapareció repentinamente con su marido, porque éste, que no salía de la ruleta, perdió en una noche cuarenta mil duros, sobre otros veinte mil que tenía perdidos ya; y no se había casado ella con Gonzalo Quiroga para eso, sino para cosa muy diferente.
Esta costumbre era tan general y absoluta, que nadie podía esquivar su imperio. La muerte bullía, pues, siempre en el fondo de estas intrigas amorosas; hasta la ofensa más ligera pedía sangrienta expiación, no bastando que sucumbiera el ofensor; la hija, la hermana ó la esposa, por inocentes que fuesen, eran arrastradas también en su caída.
Jacobo forcejeaba como el lobo cogido en la trampa para buscar una salida, y no hallándola, exclamó al fin, rompiendo el freno de las formas, último que suele romper el más inepto de los diplomáticos: ¡Política romana con todas sus hipócritas bajezas y sus intrigas de sacristía!...
El fingido Avellaneda, malévolo enemigo de Cervantes y autor de la segunda parte apócrifa del Quijote, se propuso también romper una lanza en favor de Lope. Todas estas intrigas, sin embargo, no fueron bastantes para turbar la buena inteligencia que reinaba entre estos dos ingenios eminentes.
Muy pocas producciones ofrecen organización armónica y vida poderosa con una forma enérgica y animada, y cuando el interés principal es grande, se disipa en la multitud de episodios, intercalados sin juicio, y fundados por lo común en intrigas triviales y amorosas.
En Me voy de Madrid se ridiculizan con tanto ingenio los periodistas y folletistas españoles, como en Las flaquezas ministeriales las intrigas y el egoísmo de los ministros modernos. La universalidad de su talento se muestra también en algunos dramas serios históricos, los más parecidos á los de los antiguos maestros, entre los últimos que posee el nuevo repertorio español.
Hacía diez años que había partido para San Petersburgo, donde era el maestro de música, o, mejor dicho, el confidente de la emperatriz Catalina; ésta le empleó en intrigas de la corte, lo cual, descubierto por el Czar, a quien no gustaba que se burlasen de él, envió a Gerardo a la Siberia.
No temía que las intrigas del Cabildo pudiesen gran cosa contra el prestigio de su Fermín, que era el instrumento de que ella, doña Paula, se valía para estrujar el Obispado. Fermín era la ambición, el ansia de dominar; su madre la codicia, el ansia de poseer.
Palabra del Dia
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