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Excusado me parece ponderar el efecto que en un hombre de carácter enérgico y además acostumbrado al mando harían las insolencias de aquel rapazuelo montaraz y deslenguado. Afortunadamente para entrambos cuidó muy bien el muchacho de no ponerse á tiro, y silbando á su ganado, desapareció por el bosque. Ese tuno debe tener metida en su cuerpecillo toda entera una legión de diablos.

Yo que te ama y te respeta. ¿Quieres dar un escándalo? Las quejas de familia no deben salir al público. Vamos, León, hermano, quédese eso entre nosotros. ¿Qué estás hablando de quejas de familia? replicó el general volviéndose hacia su hermana . ¿Qué tiene que ver la familia con las insolencias inauditas de ese desaforado inglés, que viene a insultar a la gente del país?

Eso digo yo.... «Sufre que tu mujer oiga insolencias a la que quisiste hacer tu concubina... o se lo cuento todo». Este es el lenguaje de la conducta de esa meretriz solapada. Ahora bien: un consejo; solución; ¿qué hago? ¿sufrir en silencio? Absurdo.

Si para lograr este fin se valió de la Inquisición, quemó herejes e hizo no pocas otras atrocidades e insolencias, muy mal hecho estuvo; pero ¿dónde fueron entonces los príncipes y los gobiernos más clementes y humanos? Ni en calidad ni en cantidad pueden compararse las víctimas sacrificadas por Felipe II a las que sin Inquisición se sacrificaron en Alemania, en Francia o en Inglaterra.

Momo, que no era hombre que se quedase atrás, en tratándose de insolencias y denuestos, replicó con coraje: Anda, anda, a que te echen la bendición; que será la primera que te hayan echado en tu vida, y que estoy para que será la última. Celebróse la boda en el pueblo, en la casa de la tía María, por ser demasiado pequeña la choza del pescador para contener tanta concurrencia.

Los del Camarote, como hombres que habían tenido que devorar durante muchos meses los insultos del Faro, se desahogaban con verdadera fruición. ¡Santo Cristo de Rodillero, qué cúmulo de insolencias y procacidades! Desde el principio hasta el fin estaba consagrado a escarnecer, a herir y ridiculizar a los socios del Saloncillo.

Mis francesitos se ponen a decir no qué insolencias obscenas a la mujer de Gil, cuando salen los mozos, me les agarran, y con morriones y todo..., ¡plaf!..., al horno... Pero ahí viene la Sra. Condesa, que estaba en el oratorio con las niñas.