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Actualizado: 2 de junio de 2025
Por dicha, cesó pronto en el cerebro de Fray Miguel, aquel a modo de mareo. Y, terminada también la serie de conjuros ininteligibles, oyó que el Padre Ambrosio le decía: No es todo alucinación mental lo que acabas de experimentar ahora. En gran parte, es efecto de las palabras mágicas que he pronunciado. Nada sin embargo más natural. No receles artes ni prestigios diabólicos.
No hay duda dije yo, al notar, mientras estaba agachado, recogiendo el resto del paquete, que todas ellas, tanto por el anverso como por el reverso, tenían catorce o quince letras escritas, en tres columnas, todas, por cierto, enteramente ininteligibles. Las conté. Formaban un paquete de treinta y una cartas, faltando el as de copas, que habíamos encontrado antes.
No sabemos si era en la boca o en la garganta o en la región de las fosas nasales, donde el señor de la Riva tenía a bien machacar y atormentar las palabras; lo cierto es que salían casi siempre transformadas en sonidos obscuros, huecos, caóticos, completamente ininteligibles. Particularmente después de comer, se hacía imposible conversar con él.
En aquellas hojas encontraba grabados de ilustraciones reproduciendo los retratos de la artista, biografías y artículos de crítica relatando los triunfos de la célebre diva Leonora Brunna que éste era el nombre de guerra de la hija del doctor Moreno, retazos y más retazos de papel impreso en castellano puro y americanizado; columnas de letra apretada y clara de los periódicos ingleses, párrafos sobre el papel basto y sutil de la prensa francesa e italiana; compactas masas de caracteres góticos que turbaban los ojos de Rafael, e ininteligibles garabatos rusos que parecían caprichos de una mano infantil.
Vendrán luego numerosos casos que no se comprenden en él; nada importa: con este objeto se halla concebido en términos generales y confusos ó ininteligibles, para que interpretándose de mil maneras diferentes, sufra en su fondo todas las excepciones que se quiera sin perder nada de su prestigiosa reputacion.
Este entre tanto, rojo de vergüenza, se levantó y murmuró ininteligibles escusas. Consideróle por un momento el P. Millon como quien saborea con la vista un plato. ¡Qué bueno debía ser humillar y poner en ridículo á aquel mozo coqueton, siempre bien vestidito, la cabeza erguida y la mirada serena!
Más de mil bocas fueron saludando al solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras ó gritos ininteligibles, que servían de escape á una juventud exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada y curiosa á través de un mundo viejo que para ella era nuevo.
Palabra del Dia
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