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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Todas esas pinturas inapreciables, esos hermosos muebles, gabinetes e incomparables bric-a-brac, habían sido comprados con el producto del misterioso secreto; de ese secreto que en el corto espacio de cinco años había transformado en millonario al vagabundo extenuado y sin hogar.
Y, creyendo esto bien y firmemente, alzó la voz, y, dando un gran suspiro, dijo: ¡Oh tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado!, ruégote que pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las que aquí se me han hecho; que, como esto sea, tendré por gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas cadenas que me ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso.
Consentí, pues, en guardar para mí solo la felicidad que me tenía y me tiene aún deslumbrado, y hasta he concebido por ello cierto nuevo grado de consideración para mí mismo. Hay, además, dulces e incomparables delicias en el misterio de este amor velado a las miradas profanas y que es para nosotros un cielo de goces. Aquí tienes, amigo mío, toda mi novela, perfectamente legítima y honrosa.
Cantantes incomparables, que ya han desaparecido, ponían en ella transportes de entusiasmo. El auditorio estallaba en aplausos frenéticos. Aquella maravillosa electricidad de la música apasionada, removía como con la mano, la musa de cerebros pesados o de corazones distraídos y comunicaba al más insensible de los espectadores aires de inspirado.
Sí, bien merecía aquel hijo de las entrañas que se le arrancasen aquellas espinas del alma. ¡Había sido tan buen hijo! ¡Había sido tan hábil para conservar y engrandecer el prestigio que le disputaban!». Desde que doña Paula vio que «no estallaba un escándalo», que don Fermín mostraba discreción y cautela incomparables en sus extrañas relaciones con la Regenta, se lo perdonó todo y dejó de molestarle con sus amonestaciones.
La memoria de este venerable y religiosísimo obispo, cuyo gobierno duró diez y siete años, permanecerá siempre en la iglesia de Córdoba llena de bendiciones, no solo por las donaciones y dotaciones grandes que hizo, sino tambien por sus incomparables virtudes.
Los católicos condenan a los librepensadores y éstos tratan a aquéllos de imbéciles, sin más ceremonias. Existe un terreno de unión, sin embargo, en los días de grandes fiestas. Católicos y librepensadores se agolpan con entusiasmo en la antigua Catedral para oír los incomparables acentos de nuestro incomparable coro.
El viejo que había dejado sus bufandas y su pipa en el guardarropa dió varias palmadas, siseó para imponer silencio, y dijo luego con solemnidad: La asistencia reclama que nuestra bella musa recite algunos de sus versos incomparables. Muchos aplaudieron, apoyando esta petición con gritos de entusiasmo. Pero la masa se mostró displicente y empezó á moverse en su asiento haciendo signos negativos.
Es de ver la galantería del negro porteño. Prescindiendo, si es posible prescindir, del ambiente del salón, que es algo pesado, la cortesía y la urbanidad entre ellos son incomparables: el lenguaje incorrecto, pero elevadísimo. Se conversa con las mismas pretensiones con que se conversa en el gran mundo; se enamora con la misma gracia, con la misma compostura y con el mismo chic.
Cerca de diez volúmenes incomparables, únicos, escribió el viejo poeta maldito en los cafés, en las tabernas, acaso en sus largas temporadas de hospital, al que el pobre Lelian llamaba su palacio de invierno. La capa de mendigo de Verlaine es hoy la bandera de la Francia espiritual. Está ungida por la gloria. Es una cumbre dorada por la inmortalidad. Estas glorias póstumas suelen ser un sarcasmo.
Palabra del Dia
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