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Actualizado: 26 de octubre de 2025


Ella, que se creía el centro del universo, imaginando que los sucesos debían rodar con arreglo á sus deseos y gustos, sufrió la cruel sorpresa con más asombro que dolor. Y , ¿cómo me encuentras? siguió diciendo Margarita. Para que Julio no se equivocase al contestarle, miró su amplia falda, añadiendo: Te advierto que ha cambiado la moda. Terminó la falda entravé.

Pero todos eran germanos, y ello bastaba para que el capitán recordase inmediatamente á su hijo, imaginando sangrientas venganzas. Deseó á veces tener en su brazo las fuerzas ciegas de la Naturaleza para borrar de un solo golpe á estos enemigos.

El maestro fundó con esto un ligero castillo en el aire, imaginando acaso fundar la casa de Melisa; pues era fácil creer que una mujer cariñosa y simpática podría guiar mejor su caprichosa naturaleza.

Por eso pensó en sus tías a quien no conocía, de las que sabía poco bueno, y deseó su presencia, creyó firmemente en la fuerza de la sangre, en los lazos de la familia. Durante la convalecencia de la primera fiebre, las primeras fuerzas que tuvo las gastó el cerebro imaginando poemas, novelas, dramas y poesías sueltas.

Muchas veces me pregunté, en aquellos años ya remotos: «¿Qué habrá ocurrido en Liliput después que se marchó el héroe de Swift?...» Y me entretenía imaginando á mi modo los diversos episodios de la historia contemporánea de los pigmeos.

Mas Cardenio no hizo otra cosa que trasudar y estarse quedo, mirando de hito en hito a la labradora, imaginando quién ella era; la cual, sin advertir en los movimientos de Cardenio, prosiguió su historia, diciendo: «Y no me hubieron bien visto cuando, según él dijo después, quedó tan preso de mis amores cuanto lo dieron bien a entender sus demostraciones.

Se habian acogido á esta poblacion muchos fugitivos de las provincias inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano, no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio: y cuando estaban imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al rebelde, lo impidió D. Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que habia servido en el real ejército con el grado de Teniente Coronel.

Imaginando, pues, esto, quiso certificarse si las señas que de don Quijote traía venían bien, y, sacando del seno un pergamino, topó con el que buscaba; y, poniéndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a cada palabra que leía ponía los ojos en don Quijote, y iba cotejando las señas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y halló que, sin duda alguna, era el que el mandamiento rezaba.

El cura siguió paseando y desenvolviendo su sistema terapéutico, fundado casi exclusivamente en el algodón y la lana. Andrés le examinaba en tanto con viva curiosidad no exenta de miedo, imaginando que había hecho muy mal en venir a caer en las garras de aquel salvaje.

Pero yo, ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión dellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje, y que se está hoy como la madre que la parió; y haríale agravio manifiesto si, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel género de locura de Roldán el furioso.

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