United States or Lesotho ? Vote for the TOP Country of the Week !


Acato humildemente sus aseveraciones dijo Frasquito humillándose . Siempre hice lo mismo con todas las damas a quienes he tratado, que han sido muchas, Obdulia, pero muchas... Eso bien se ve. No conozco otra persona que se le iguale en la finura del trato. Francamente, es usted el prototipo de la elegancia... de la... ¡Por Dios!...».

Si quieren servir á sus semejantes, háganlo dejando ver de un modo patente el poder y realidad de la conciencia, humillándose voluntariamente y haciendo penitencia. ¿Querrás hacerme creer, ¡oh sabio y piadoso amigo! que un falso exterior puede hacer más por la gloria de Dios ó el bienestar de los hombres, que la pura y simple verdad? Créeme, esos hombres se engañan á mismos.

Aún no habría salido a aquellas horas su carta de Tenerife, y ya estaba lo mismo que Sigfrido, olvidado de Brunilda, humillándose amoroso a los pies de una Gotunda que se burlaba de él. Y esto lo había hecho por voluntad espontánea, sin necesitar filtros de olvido. Cerraba los puños amenazándose a mismo; pero un sentimiento de tristeza y desaliento sucedía a esta indignación.

Pero delante del duque de Lerma, el más hinchado de los hombres hinchados, don Rodrigo se apeaba de su soberbia para transformarse en un ser humilde, casi vulgar, en un criado, en un instrumento. Pero esto sólo en la apariencia. Lo que demuestra que era superior al duque, puesto que le comprendía, y comprendiéndole usaba de él, humillándose.

Leopoldina comenzó a alborotar, conmovida a su manera, gritando que aquellos indecentillos eran unos ángeles del cielo, unos santos chiquititos a quienes era necesario venerar, y que en cuanto llegara a la corte había de enviarles a cada uno un par de medias negras, hechas por sus propias manos, con el estambre más fino que pudiera hallarse... Riéronse todos; Currita callaba, sin embargo, sintiendo un extraño enternecimiento que la humillaba y que se apresuraba por lo mismo a combatir, oponiendo a su benéfico influjo el parapeto del orgullo, del inquebrantable orgullo, que viene a ser en el alma como la fortaleza del mal... Aquellos tres novicios, aquellos tres Pedros Fernández en embrión, humillándose por caridad a una mendiga, hiciéronle comprender que aquel otro Pedro Fernández habría podido imponérsele por deber a ella, orgullosa Grande de España, y una luz súbita, semejante a la de un relámpago que ilumina a la vez que aterra, hízole ver claramente lo que antes sospechaba: que aquella carta, que aquella ofensa no venía de un desconocido, de un pobre fraile, de un Pedro Fernández; porque aquella puerta primera que se le cerraba en la vida, no era la puerta de Loyola, era la puerta de Dios...