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Que darme yo á entender que la hermosura Que llevar un cántaro á la fuente, 2400 Por engastar el barro en nieve pura Del cristal de una mano trasparente, No pudo proceder de sangre obscura, Y nacer entendida humildemente, Es vano error, pues siempre amando veo 2405 Calificar bajezas el deseo.

Nadie la veía ni en paseos, ni en teatros, ni en toros, ni en verbenas y veladas. Iba solo a las iglesias, humildemente vestida con basquiña y negro manto de beata. Sólo un hombre además de su confesor, hablaba ya en ocasiones con ella. Este hombre era D. Jacinto.

Sobre todo, nada tenía de ofensivo para su autoridad el solicitarlo humildemente. Si lo negaba, se alegarían razones; tal vez se llegase a convencerle.

Esta, la chacha Ramoncica como tercera, y yo como novio, nos pusimos humildemente de rodillas, confesamos nuestras faltas y declaramos que queríamos remediarlo todo por medio del santo sacramento del matrimonio.

Por esta causa, sin entender de qué se trataba, contestó humildemente: «Tiene usted mucha razón... pero mucha razón». «El hombre que como usted prosiguió don Evaristo , no se deja engatusar por las sabidurías modernas, está en disposición de hacer el bien, pero no el bien de cualquier modo, sino sublimemente ¡caramba!, mirando para el cielo, no para la tierra...».

En ese instante se oyó un estampido formidable, como si la boca de un cañón del «Belgrano» o del «San Martín» hubiera entrado en el coche y vomitado un cañonazo: ¡¡¡Booooletooos!!! Cuando el jefe del tren llevó los que Melchor humildemente le entregó, el convoy llegaba a su estación terminal.

Tampoco... La fisonomía de aquel señor, mi conocido, se contrae; sus ojos adquieren una expresión severa que me infunde tristeza y pavor. ¿Y entonces qué se hace usted? No qué responder, vacilo y tiemblo. La condesa soltó una carcajada, dejando ver el oro de algunos de sus dientes empastados. Me arrepiento y pido perdón humildemente.

Pero, en fin, humildemente le ofrezco lo poco que yo soy. ¿Quiere usted ser la madre de mi hija?... ¿Nos rechaza a ella y a ? »De usted respetuosísimo servidor siempre y en todo caso, Jacques Fabrice

Un día, por ejemplo, le venía en mientes comer con los criados humildemente como si fuese uno de ellos.

Hasta este pobre animalito, débil como es, se defiende cuando quieren degollarlo pensé, mientras mi señorita hermana besa humildemente la mano que la amenaza con el cuchillo. La muerte de esos inocentes animales fue casi un alegre espectáculo comparado con la comida en que fueron servidos. La última comida de un condenado no habría sido más lúgubre.