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Actualizado: 4 de junio de 2025
Dando al plano otras posiciones, de suerte que no salga cerrada la seccion, ¿qué curvas resultan? ¿Hay alguna semejanza entre ellas, y las parábolas é hipérboles?
Yo no sé cuántas cosas le decía. Sospecho que estaba llena de repeticiones, y doy por seguro que abundaban en ella las metáforas, hipérboles, epifonemas y, en general, toda clase de tropos y figuras de dicción. Había, además, gran copia de signos de admiración y puntos suspensivos. También recuerdo que citaba una octava real de Espronceda y dos versos de Musset.
Se conspiraba con el deseo, con las noticias, con las sospechas, con las hipérboles, con las sátiras, con verdades y mentiras, con el llanto tributado a los muertos y las oraciones por el triunfo de los vivos. Tal era Madrid a fines de mayo de 1808, antes de que sonaran los primeros cañonazos de Cabezón y los primeros tiros del Bruch.
Pero el ser inocente me consolaba. Es usted, sencillamente, un ángel. Elena, esto es lo que quería decirle. No pude menos de echarme a reír. Hace usted mal de reírse de un pobre diablo escaso de hipérboles... ¿Me guarda usted rencor? ¿Por ser escaso de hipérboles? Por haber sospechado de usted.
Al llegar al alojamiento encontró en el vestíbulo a muchos admiradores deseosos de abrazarle. Hablaban de sus hazañas con tales hipérboles, que parecían distintas, exageradas y desfiguradas por los comentarios en el corto trayecto de la plaza al hotel.
La pompa de sus imágenes es contrastada por la prudencia, subordinándose al pensamiento capital, y ni hipérboles ni palabras sonoras rompen la harmonía de la idea y de su expresión. El espíritu del poeta, que se eleva al cielo en alas de la devoción, parece concentrar toda su energía en un solo punto, para que los autos encierren el esfuerzo más sublime que es capaz de hacer.
El recuerdo del país natal le infundió un candoroso entusiasmo, y allí fue el pintarlo y describirlo con hipérboles graciosas, y un colorido poético que con gran entretenimiento y gozo saborearon las tres mujeres. Incitado por ellas, contó algunos pasajes de su vida, toda llena de estupendos casos, peligrosas empresas y fantásticas aventuras.
Ella, que conocía casi toda la tierra, sólo había pisado por unas horas el suelo de España, cuando desembarcó en Barcelona del transatlántico mandado por él. Los españoles le inspiraban miedo y atracción. Una noble gravedad reposaba en el fondo de sus hipérboles amorosas. Usted es un exagerado, un meridional, que lo amplifica todo y miente, creyéndose sus propias mentiras.
A estos hipérboles iba dando carrete (verdades pocas veces ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de risa y aplausos de regocijo en una casa baja, edificio humilde que se indiciaba de jardín por unas pequeñas verjas de una reja algo alta del suelo, que malparía algunos relámpagos de luces, escasamente conocidos de los que pasaban. Y preguntóle al Cojuelo don Cleofás qué casa era aquella donde había tanto regocijo a aquellas horas. El Diablillo le respondió:
Estaba exasperado, hablaba muy alto y por la primera vez en su vida, quizás, usaba de hipérboles en donde por lo ordinario solía emplear diminutivos de palabras o de ideas. ¿Qué quieres que le haga yo, después de todo? continuó. Es una situación absurda: hay otras situaciones que lo son por lo menos tanto como ésta.
Palabra del Dia
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